Años luz, de James Salter

Es demoledor. En Años luz, Salter nos viene a decir que, con el paso del tiempo, lo único que nos queda del amor es la sensación de haberlo perdido, y con él, todo el pasado, la vida entera.

Mientras eres joven y vives, luchas para que no sea así, defiendes el ámbito del amor, lo ensanchas, sustituyes las pérdidas. Pero llega un momento que comprendes que la lucha es vana, que te has hecho mayor y tu espacio se ha ido reduciendo hasta la soledad. Ni los hijos pueden llenar este vacío. Entonces, mueres; aunque el cuerpo siga vivo. La vejez es una lenta marcha hacia la vida vegetativa, que, si eres lo bastante lúcido o si no puedes soportar el vacío, evitarás. Como Viri. También puede ser que tengas la fortuna de que una inesperada enfermedad te ahorre la decadencia que ya adivinas. Como Nedra.

Viri y Nedra son los dos protagonistas de Años luz; a través de ellos y sus amistades, Salter nos ilustra sobre la vida de una clase social americana de los años sesenta. La suya. Artistas, intelectuales, profesionales libres con esposas hermosas o no tan hermosas, que tienen con cosas a decir, y se separan y tienen amantes. A través de reuniones, comidas y celebraciones, Salter nos dibuja a los personajes de una forma imperceptiblemente precisa y nos hace compartir sus anhelos y frustraciones. Y poco a poco Viri y Nedra van adquiriendo una proximidad que hace que los comprendas, que sientas a través de ellos los interrogantes de tu propia vida, de la vida en general. Con su paso de la juventud a la madurez, recuerdas el tuyo; sientes su angustia ante la decadencia que se avecina.

Un amigo me recomendó Años luz. Pero cuando ya la había comprado, otro me dijo que no había podido pasar de la primeras cincuenta páginas. Y los dos eran fiables. De modo que abordé la lectura con curiosidad. ¿Cuál de los dos tendría razón? Y lo cierto es que, de entrada, Salter te sorprende con un estilo sincopado, de pinceladas sueltas, impresionistas, que desconcierta. Incluso las situaciones que hace vivir a los protagonistas tienen este punto de inconexión. Son escenas. Escenas por las que desfilan un montón de personajes que te ayudan a componer el cuadro, pero a la larga. Tan solo cuando avanza la lectura ves que todos son sólidos, que no hay ninguno del que se puede decir que sobra. Aparecen y desaparecen con la naturalidad con que nuestros amigos aparecen y desaparecen de nuestras vidas.

Pero también es cierto que la lectura puede impacientarte, que estos personajes con un punto de frivolidad que te vas encontrando aquí y allá te lleguen a fatigar. ¿Adónde quiere ir a parar con todo eso que me cuenta? Toni no tuvo paciencia y se perdió en el desconcierto. Yo la he tenido (quizás porque me habían avisado) y he podido disfrutar de una lectura inteligente e intensa, cargada de un austero lirismo descriptivo y de un profundo conocimiento del ejercicio de vivir. Tenías razón Toni, Años luz es una novela que vale la pena leer.

No, aún no chocheo. Se da la casualidad de que los dos amigos se llaman Toni.