Beà y los gatos

A mi amigo Beà le gustan los gatos. Desde que lo conozco, siempre ha tenido uno o dos en su casa. De la época en que lo visitaba a menudo, recuerdo a Fuz, una gata de pelo gris y largo, de temperamento lunático. A mí, cuando me veía entrar por la puerta —siempre acudía a recibir a las visitas—, unas veces me bufaba, amenazadora, y otras se me restregaba por las piernas, mimosa, y no me dejaba caminar. Los gatos de Beà han sido gatos queridos y consentidos, patrullaban por la casa sin prohibiciones, como un miembro más de la familia, y su sentido del territorio no se veía limitado por nada ni por nadie. A pesar de que ha tenido indistintamente machos y hembras, ha acabado decantándose por las gatas, que son más tranquilas. La última se llama Bosquina y me ha mandado su foto para ilustrar la nota. 

En la soledad de su estudio de dibujante, los gatos eran una compañía silenciosa, de mirada penetrante y enigmática, ante la que mi amigo se debía de interrogar a menudo sobre sus pensamientos íntimos. Y del cariño y la observación de los gatos acabó haciendo obra. En la década de los setenta, gatos antropomorfos pasaron a protagonizar sus historietas, que, más tarde, se convirtieron en dos álbumes: La Muralla y Siete vidas.

Ahora, Astiberri Ediciones ha reeditado Siete vidas, siete historietas protagonizadas por Gatony, un gato adolescente, que oscila entre la inocencia y la pillería, angustiado por conflictos religiosos y por el descubrimiento de la sexualidad, preocupaciones ambas que también debieron de inquietar la adolescencia de mi amigo, escolarizado en los maristas de Sants y con una madre devota. Más allá de la anécdota de las historias —rememoraciones de un Gatony ya viejo y solitario—, en este àlbum las viñetas de Josep Maria Beà son pequeñas obras maestras y muestran la madurez de un dibujante de oficio, que explora nuevas formas de expresión. Con trazo rápido y seguro, Beà combina un dibujo realista, a veces esquemático, a veces barroco, con soluciones que tendríamos que encuadrar dentro del pop art y del surrealismo. No es nada extraño, pues, la buena crítica que ha tenido la reedición del cómic en los círculos especializados y que no es nada más que el reconocimiento a una labor inspirada y bien hecha.