Budapest termal

Una experiencia interesante y agradable de la visita a Budpest fueron los baños termales en las instalaciones Gellért. A pesar de que no estaba nada convencido de pasar una tarde en un spa, actividad que siempre he considerado de esnobs y reumáticos, la tradición termal de la ciudad, con numerosos establecimientos que ofrecen tratamientos y piscinas con agua a diferentes temperaturas, y la curiosidad de ver el aprovechamiento terapéutico de la energía geotérmica, me hicieron coger la toalla, el bañador y las chancletas y acompañar a Isabel a los Baños Gellért, unos de los más famosos por el estilo art nouveau del edificio.

Los Baños Gellért, adyacentes al hotel del mismo nombre, tienen seis piscinas interiores con el agua entre los 26° y 40° C, y dos exteriores rodeadas de terrazas y jardines. La entrada nos costó unos 20 € y nos dieron una pulsera electrónica que abría y cerraba una taquilla en donde dejabas la ropa. A partir de este momento, libre circulación por las instalaciones vestido de bañista. Había gente que circulaba en batín, con lo que ofrecían una imagen más digna. También podías alquilar una cabina individual y otros servicios, como masajes y terapias personalizadas, pero, para empezar, yo ya tenía bastante con los baños.

Tras los primeros minutos de inmersión en la piscina de 36° la presión arterial me debía de caer a mínimos poco habituales porque me invadió un estado de bienestar que me sorprendió. Sentía una languidez agradable y me movía por la piscina, que debía de hacer poco más de un metro de profundidad, como si fuese a cámara lenta. “Es a causa de la resistencia del agua, que me muevo tan despacio”, pensé. Pero cuando salí, me movía igual, como si estuviese en una nube. Entonces pasé a la piscina de 38° y la sensación de relajación aumentó. Pero no era una sensación solo física, sino también mental, las preocupaciones y las manías me habían abandonado y me sentía feliz y despreocupado como un bebé. “Así debes de sentirte flotando en el líquido amniótico antes de irrumpir en el mundo”. Recuerdo que no podía evitar que una leve sonrisa se me dibujase en los labios y que me sentía un poco ridículo por eso. A mi alrededor todo el mundo hacía cara de embeleso, como si se hubiesen fumado un porro, y concluí que había estado muy equivocado en mi rechazo infundado a los baños termales. En la piscina de 40°no estuve demasiado por miedo de caer en un estado de inconsciencia angelical y ahogarme.

Las piscinas, de poca profundidad salvo la mayor, la del patio de columnas, tenían un poyo a su alrededor en donde te podías sentar con el agua hasta el cuello, o apoyarte y dejar que el cuerpo flotara ingrávido como si quisiera huir de ti. También podías ponerte bajo los chorros de agua caliente que llenaban las piscinas y sentirla resbalar con un cosquilleo espumoso. Estuvimos alternando baños de agua caliente con baños de agua fría, que era lo que me habían dicho que se debía hacer, y así fue pasando el rato hasta que se hizo la hora de cerrar. El último cuarto de hora, mientras Isabel apuraba los beneficios de aquellas aguas ricas en calcio, magnesio y ácido carbónico, yo aproveché para ir a buscar la cámara a los vestuarios y hacer algunas fotografías.

De regreso al hotel intenté explicar a Isabel la causa del maravilloso fenómeno geológico del termalismo. Budapest se levanta en el contacto entre la llanura de Pest, vinculada a la Gran Llanura húngara, y las colinas de Buda, pertenecientes al conjunto de pequeñas elevaciones que constituyen las montañas transdanubianas, a la derecha del Danubio. En este contacto, una serie de fallas profundas permiten que vapores y gases calientes procedentes del interior de la tierra actúen en la roca calcárea de las colinas y se produzca un proceso cárstico hipogénico; es decir, del interior hacia el exterior y no al revés (epigénico), que es lo normal. En este proceso, los agentes químicos de los gases calientes atacan la roca y abren conductos y cavidades por los que el agua de condensación de los vapores y el agua que proviene, por filtración, de la superficie circula, se calienta y se mineraliza.

El karts hipogénico no hace simas como el epigénico ni formas externas identificables y solo se localiza por hundimientos o excavaciones, que es como se han ido descubriendo desde los romanos las más de 100 fuentes termales que manan a lo largo de las orillas del Danubio, entre Buda y Pest, y que producen unos 40.000 m³ de agua mineral diarios —40 millones de litros. Este karst hipogénico también explica los kilómetros y kilómetros de galerías que hay en el distrito del castillo y que, a lo largo de los siglos, se han utilizado con finalidades militares y como refugio. Hoy, estas cuevas constituyen un atractivo turístico más de la ciudad que me habría gustado visitar, sobre todo el llamado Hospital en la Roca, un hospital montado en el interior de la colina, a resguardo de bombardeos, que se hizo servir durante la Segunda Guerra Mundial y la Revolución Húngara de 1956. Pero tres días no daban para todo.