Café Society

Este año, el tránsito de la vida rural en Son Bauló a la vida urbana de Barcelona ha tenido como catalizador Café Society (2016), la última película de Woody Allen. La vi en Palma el lunes pasado y ha sido una buena clausura de la estancia de dos meses en Mallorca. Fue como si me hubiese tomado una espumeante copa de cava en ayunas, o quizás dos, y tras saborear el estallido de sus burbujas en el paladar, mis labios se abriesen en una sonrisa de bienaventuranza, que me acompañó un buen rato. Una encantadora bobería, así es como definiría en dos palabras la película de Woody Allen.

En el Hollywood de los años 30, el joven Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) se enamora de Vonnie (Cristel Stewart), que es la secretaria de su tío Phill, un importante agente y productor cinematográfico. Pero Vonnie tiene un pretendiente misterioso que no se acaba de decidir, y cuando la chica ya ha cedido al encanto inocente de Bobby y ambos empiezan a hacer planes de futuro, entonces el pretendiente le propone casarse. Y ella acepta. Bobby, aturdido y desencantado por las calabazas, regresa a Nueva York, en donde tiene a la familia, y entra a trabajar en el club nocturno de su hermano mafioso. Pero el mal ya está hecho; la saeta de cupido se ha clavado en el corazón de Bobby, y también en el de Vonnie, y a pesar de que sus vidas se llenan de éxito y felicidad, siempre les queda la nostalgia de un amor truncado.

Si vas a mirar, el argumento es del todo trivial: una más de las tantas y tantas historias de amor frustrado que llenan el presente y el pasado sentimental de la Humanidad. (Yo mismo puedo aportar alguna). Pero la inteligencia y la maestría de Woody Allen lo visten de humor y glamur, y convierten una historia romántica en un mosaico de personajes y situaciones que te arrastran en la turbulencia del relato cinematográfico, resuelto con el trazo enérgico y desenvuelto de un impresionista. Por la pantalla vuelven a desfilar la mayoría de sus tics temáticos ―la religión, el sexo, la familia, el mundo del espectáculo…―; la lástima es que no sea él mismo quien encarne el protagonista y, a pesar de que la interpretación de Jesse Eisenberg es muy correcta ―quizás la mejor en la tarea de ser Woody Allen sin serlo―, se echa de menos su figura nerviosa y delgaducha gesticulando y tartamudeando. Pero el tiempo no perdona a nadie, ni a un artista tan genial como Woody Allen, que alcanzados ya los ochenta años, por mucho que se esforzase el equipo de maquillaje, no creo posible que pudiese hacerse pasar por un joven de veinte.

Del casi el medio centenar de películas que Woody Allen lleva hechas, quizás Café Society no sea ni la más ocurrente ni la más brillante, pero tiene el frescor de su mejor cine. Os la recomiendo; especialmente si habéis tenido un mal día.

Jesse Eisenberg, Cristel Stewart y Woody Allen en un momento del rodaje