El jardín de Son Bauló

La estancia en Son Bauló de este año empezó en marzo, con el confinamiento, y, con el paréntesis de algunos días del mes de junio, se alargó hasta finales de setiembre. De modo que he visto las transformaciones que se han producido en el jardín durante la primavera y el verano.

He visto, por ejemplo, que las lantanas tienen dos floraciones, una en primavera y otra al final del verano y principio de otoño. Las que tenemos en el jardín son de la especie Lantana camara, en la variedad de flores amarillas y malvas, mucho menos fatigosa que la de flores amarillas y rojas y que popularmente se conoce bandera española. El fruto es una pequeña bolita verde, negra en la maduración, que los pájaros se comen con deleite; luego, macerada por el tránsito digestivo, la sueltan aquí y allá junto con la semilla y nos salen lantanas por todas partes. Como me sabe mal arrancarlas y tirarlas, he empezado a trasplantarlas para hacer un seto de lantanas resiguiendo el cercado de alambre que separa el alrededor de la casa de la parte en la que pastan las ovejas. Como las dispongo separadas entre sí un metro aproximadamente, tendré que trasplantar entre 100 y 120 lantanas. Empecé hace dos años y ya estoy casi a la mitad. Y la verdad, a mediados de setiembre, el tramo por el que comencé daba gusto de ver.

La floración de las adelfas (Nerium oleander) pone color al verano; empieza el mes de junio y se alarga todo julio y agosto hasta bien entrado setiembre. Cuando las lantanas, la bignonia rosada, los jazmines y los geranios se apagan con la canícula, las adelfas lucen esplendorosas.  Encuentro que, a pesar de la mala fama de planta tóxica, bien merecida por otra parte, las adelfas son sumamente agradecidas; con muy poca agua alcanzan un volumen considerable y alegran el rastrojo estival con el verde de las hojas y el marfil y rosa de las flores. En Son Bauló tenemos las dos variedades: la de flor rosa y la de flor blanca; esta última es más delicada y con una floración más corta, pero cuando alcanza la plenitud, es preciosa.

La bignonia rosada (Podranea ricasoliana) del cubierto del aparcamiento necesita frescor y humedad para activarse, pero con poco se conforma. Como las lantanas, florece en primavera y en otoño, y entonces se llena de racimos de flores que cuelgan, frágiles y delicadas. Una maravilla. En cambio, el jazmín de Virginia (Campsis radicans) del otro lado del cubierto no acaba de arrancar y estoy tentado de substituirlo.

Solo me queda hablar de los dos jazmines que tenemos en el parterre de delante; son dos jazmines de invierno (Jasminum polianthum) que plantamos hace cosa de dos años y que parece que han agarrado bien. Florecen en primavera y, cuando lo hacen, se llenan de flores que, abiertas, son blancas y, cerradas, rosadas. El aroma que desprenden nos perfumó las noches de abril y mayo lo suficientemente cálidas como para cenar en la terraza.

Como estamos relativamente cerca del mar, en un lugar ventoso y, en verano, el sol es implacable y no queremos depender del riego, hemos tenido algunos fracasos con plantas que nos gustaría tener —por ejemplo, no hay forma de hacer prosperar las buganvilias o un jazmín trepador—; de modo que nos hemos adaptado a las condiciones climáticas y hemos llenado el jardín de lavanda, romero, manzanilla, plantas crasas y cactus. Ah, y me olvidaba de la resistente y prolífica margarita africana (Arctotis stoechadifolia), de floración primaveral y vida latente y resignada en verano.