Iconoplàstia

Siempre me produce una gran satisfacción entrar en la exposición de un artista desconocido y descubrir una obra que, por las razones que sea, me gusta. En estas ocasiones siento que la contemplación me estimula más que si ya lo conociese previamente y hubiese escuchado sus alabanzas. La sorpresa del descubrimiento y el sentimiento de admiración son genuinos, sin intermediarios, y esto hace que me alegre por la fortuna de haber visitado un espacio al que, en un principio, no me había dirigido. «Vaya, ¡qué suerte!», pienso. Y es que el hallazgo inesperado de una obra interesante y sugerente me complace más que encontrarme cien euros por la calle. El dinero me lo gastaré en cualquier cosa y olvidaré el momento afortunado, pero el descubrimiento de un buen artista y su obra dejará un rastro imborrable.

Esto me ha sucedido este fin de semana con el escultor Gerard Mas (1976, Sant Feliu de Guíxols), cuya obra se expone bajo el título de Iconoplàstia en el Monestir de Sant Feliu de Guíxols del 16 de julio al 15 de octubre.

Gerard Mas aplica una técnica clásica de una perfección exquisita para sorprendernos. ¿Y cómo nos sorprende a estas alturas con un estilo tan agotado? Pues incorporando a la pieza elementos incongruentes a su propia naturaleza y trastocando nuestros esquemas de lectura. Con la delicada ironía que a menudo se esconde tras el juego del absurdo, Gerard Mas nos provoca y nos arranca una sonrisa mientras buscamos la paradoja de la imagen. Previamente nos hemos maravillado en la contemplación de una obra, ya sea en mármol, madera o alabastro, de una ejecución impecable, que nos remite a la búsqueda de la belleza en términos de realismo que el arte ha perseguido desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Pero Gerard Mas, una vez alcanzado este reto realista que busca la satisfacción de la belleza por sí misma, da un paso más y nos divierte al desvirtuar de algún modo el objeto bello y convertirlo en una especie de chiste. Desde la delicada doncella de alabastro que da el pecho a un cochinillo hasta el picamaderos negro escultor pasando por una oveja del Eixample barcelonés o un bull terrier esfinge, las piezas de la exposición manifiestan el sutil sentido del humor del artista, a la vez que su maestría en el arte de tallar la madera o esculpir la piedra.

Otro valor que le encuentro es la sencillez de su mensaje, que se aleja de los lugares comunes del intelectualismo pretencioso, el simbolismo esotérico o la crítica transcendente y acerca su obra a un público amplio, capaz de valorar el trabajo bien hecho y la mirada ocurrente. A tenor de lo que he visto en esta exposición, Gerard Mas es un artista que perfectamente se podría alinear en el concepto brossiano de poesía visual. La gran diferencia con los poetas visuales que conozco, que no dejan de ser diseñadores gráficos más o menos inspirados, es la nobleza de los materiales que utiliza y el profundo conocimiento técnico del difícil lenguaje de la escultura, que sitúan su obra a otro nivel en la consideración del espectador.