Las 21 mujeres de Bennàssar

No, no es que el artista Joan Bennàssar (Polleça, 1950) tenga un harén; las mujeres a las que me refiero son de cemento y han salido de sus manos; son las esculturas que hay a lo largo del litoral rocoso de Can Picafort, desde la plaza Cervantes hasta la playa de Son Bauló, y que constituyen las piezas de la exposición Puertos de alga marina.

Esta exposición, inaugurada en julio del año pasado con la intención de retirarla el mes de octubre, se ha alargado un año más y las mujeres de Bennàssar se han convertido en un elemento familiar del paisaje local. Situadas en cuatro enclaves distintos, formando grupos que el artista titula El deseo, El ritual, El tesoro y La herida, las mujeres de Bennàssar conviven con el día a día de esta localidad turística de la bahía de Alcúdia. Por la mañana, las figuras femeninas toman el sol junto con los bañistas, a pesar de que, dada su sólida fijación en las rocas, ellas no se pueden bañar y, para refrescarse, han de aguardar a que entre la tramontana y las salpiquen las olas. Al atardecer, en la hora mágica de la caída del sol, es cuando las mujeres de Bennàssar son más aclamadas; es el momento en que los turistas, en pantalón corto y camiseta, ellos, y con vestiditos de tirantes, ellas, pasean a lo largo de la calle de Marina y no pueden resistir la tentación de acercarse a las esculturas y fotografiarse a su lado.

Y es que las mujeres de Bennàssar no dejan indiferente a nadie; podrán gustar más o menos, pero se hacen mirar. Representadas en cuerpo entero, medio cuerpo o simplemente la cabeza, clavadas en las rocas a ras de agua, son de un primitivismo tosco, de un hieratismo primordial, de una fuerza primigenia. De formas sólidas, cara al mar la mayoría, como desafiando su bravura, desprenden un vigor y una energía ancestrales. Levemente policromadas algunas, con recubrimientos matéricos que enmascaran su cuna en la hormigonera, las esculturas de Bennàssar te remiten a las culturas del África negra o a la de la isla de Pascua, a los orígenes del arte, cuando era expresión mágica de unas sociedades primitivas que a través de figuras y dibujos, reclamaban la fertilidad, la lluvia o la eternidad. 

A mí personalmente hay piezas que me gustan; me sugieren mundos remotos fascinantes y su inclusión en el paisaje resulta acertada, encajan bien en él; otras, en cambio, no me gustan tanto, encuentro que se pierden entre las rocas y se confunden en el espacio sin aportar nada. Pero esto es natural cuando la obra del artista se resuelve en la amplitud de formas y formatos con que lo hace la obra de Joan Bennássar. Entre los vecinos de Can Picafort la presencia de las esculturas también ha despertado polémica; hay quienes las toleran, encuentran que animan el paseo marítimo y les hacen compañía durante la caminata de cada atardecer, cuando el sol de ha puesto y la brisa refresca; otros ven en ellas una alteración del paisaje natural deplorable; y también hay quienes las encuentran magníficas y lamentarán que las retiren. Como ya he dicho antes, nadie es indiferente a las mujeres de Bennàssar.

Gusten más o menos, lo que sí es verdad es el acierto del artista y las autoridades municipales en alargar la duración de la exposición un verano más, porque seguramente en estos momentos las mujeres de Bennàssar y Can Picafort se han hecho presentes en todo el mundo a través de los miles y miles de wasaps que los turistas han enviado a amigos y familiares para ilustrar su estancia en Mallorca.