Moonlight

Esta semana quería escribir sobre Frantz, de François Ozon, pero el triunfo inesperado de Moonlight la noche de los Oscar me ha hecho cambiar de propósito. Para empezar, celebro que a la hora de elegir la mejor película del 2016, la Academia de Hollywood haya optado por un cine de autor, que muestra los conflictos de las personas en las circunstancias particulares que les han tocado vivir, y no por el mero entretenimiento cinematográfico. No he visto La, La Land, y no sé si la veré ―hay algo dentro de mí que, en consideración al momento que vivimos, se muestra reticente a la  evasión gozosa y me reclama circunspección, como si estuviera de duelo―, pero sí que he visto Moonlight y considero el Oscar merecido.  

Moonlight muestra con sensibilidad e inteligencia la irrupción a la vida adulta de un muchacho negro que vive en la periferia suburbial de Miami. Barry Jenkins, el director, elige como fórmula narrativa tres momentos de la vida de Chiron, a quien, de pequeño, llaman Little. Con una madre drogadicta y sin referencia paterna, el pequeño Little (Alex Hibbert) busca un modelo masculino que encuentra en Juan (Mahershala Ali, Oscar al mejor actor secundario), un vendedor de droga cubano que lo acoge en su casa. Convertido en un adolescente tímido y retraído, sus problemas familiares se ven incrementados con los de su propia identidad, y Chiron (Ashton Sanders), presionado por una realidad hostil que lo sobrepasa, toma una decisión que definirá su futuro inmediato y parecerá resolver sus problemas. Pero sólo lo parecerá, porque, ahora, el joven Chiron (Trevante Rhodes), que ha adoptado el rol de un duro traficante de drogas que se hace llamar Black, tiene que hacer frente al conflicto de su sexualidad.

Barry Jenkins es un joven director que, tras conseguir el reconocimiento de la crítica con su primer largometraje ―Medecine for Melancholy, 2008―, ha tenido que esperar ocho años para poder rodar el segundo, durante los cuales ha llegado a trabajar de carpintero para sobrevivir.  El guion de Moonlight, escrito por él mismo, se basa en la obra teatral In Moonligh Black Boys Look Blue, del dramaturgo Tarell Alvin McCraney, inspirada en su propia juventud en Miami. El acierto de Jenkins en la elección de las situaciones para definir a los personajes pone de manifiesto una mirada penetrante y delicada, que hace de los silencios del protagonista un lenguaje lo suficientemente explícito para comunicarnos la intensidad de su conflicto personal y sus miedos. Desde la pantalla, el relato austero y contenido del film va calando poco a poco en el espectador hasta conseguir dibujar unos personajes alejados de los tópicos, que te sorprenden por su carga humana. Sin estridencias, con diálogos breves y concisos, Jenkins nos introduce en el mundo dislocado de Chiron y nos hace partícipes de su tenaz y angustiosa lucha por encontrar un lugar en él.

Moonlight es una película de mirada personal y de bajo presupuesto que se alinea con la obra de otros cineastas norteamericanos, como Jim Jarmush o los hermanos Coen, que se desmarcan del cine de entretenimiento que nos suele llegar de Estados Unidos a través de la factoría Hollywood, dominado por la violencia, los efectos especiales, las grandes puestas en escena, las comedias disparatadas y los musicales azucarados.