Ya es primavera
Finalmente ha llovido. Ya tocaba. Según Miquel, el amigo payés, ha sido el invierno más cálido y seco en muchos años en Mallorca. Recuerdo que por Año Nuevo comíamos en el porche, como en pleno verano, y yo faenada por el campo en mangas de camisa. Los almendros adelantaron la floración y a comienzos de febrero algunos ya tenían almendrucos. Ahora ya los tienen todos. La hierba también ha acusado la sequía y no ha alcanzado ni la superficie ni el volumen de otros años. Esto me ha ahorrado trabajo, pero, en contrapartida, hemos tenido que regar el huerto, cosa que en invierno no habíamos hecho nunca.
Este año, el huerto de invierno ha consistido en habas, tirabeques, guisantes y puerros; cuatro hortalizas que no se comen los caracoles. Porque el primer año que lo hicimos y plantamos de todo ―coles, acelgas, espinacas, bróquiles, lechugas… ― los caracoles se dieron un festín. A las habas, la sequía las ha afectado bastante y, a pesar de regarlas, no han crecido mucho y están dando poco fruto. En cambio los tirabeques, menos exigentes, producen una barbaridad. Una cosa va por la otra.
Los naranjos han empezado la floración y, también, los frutales más tardíos; los primerizos lo hicieron entre finales de febrero y principios de marzo y ahora ya tienen hojas y apunta el fruto. En el jardín, son los bulbos y las margaritas los que ya están en flor; los geranios justo estan empezando una floración que se alargará hasta el verano.
Pero el signo más claro de que ha llegado la primavera es que las ovejas que Miquel deja en Son Bauló están pariendo. El primer día de estar aquí solo vimos un cordero; ha pasado una semana y ya son seis los que hurgan en el vientre de las madres para engancharse a los pezones. Sus balidos, agudos y rotos, parecen el llanto de un bebé.
Por Navidad podamos las higueras en un intento de revivirlas ―el verano pasado daba pena mirarlas de tan desnudas de hojas como estaban. Estos días, las ramas que dejamos empiezan a sacar yemas y han rebrotado por varios sitios. A ver si tenemos suerte. No obstante, haré algunos planteles de higuera por si acaso. Xisca me dijo cómo hacerlos. Se coge una rama tierna con dos o tres yemas y se planta boca abajo; es decir, se entierra por la parte de las yemas. No lo habría dicho nunca. Lo probaré.
A principio de febrero hice planteles de rosales y geranios, y han agarrado todos. Ahora, si no quiero que se sequen cuando empiece a hacer calor, me toca encontrarles un sitio en el jardín y trasplantarlos, o pasarlos a un tiesto más grande, que retenga más la humedad.
También, estos días hemos tenido que combatir una invasión de pulgas causada por el estiércol que nos ha traído Miquel para abonar el huerto y que me ha hecho pensar en Santa Eulalia y sus trece martirios. Uno de ellos consistió en encerrarla en una pocilga llena de pulgas. ¡Pobre santa! Ahora comprendo cómo debió de sufrir, devorada por estos parásitos hambrientos de sangre.
(Esta nota la escribí en Son Bauló pero la publico en Barcelona porque la guerra contra las pulgas ha sido corta pero intensa y no me ha dado tiempo de acercarme a la biblioteca de Can Picafort para colgarla. Creo que en estos últimos días me he bajado y subido los pantalones y me he puesto y quitado los calcetines tantas veces como lo debo de hacer en un año. Y es que tras el primer ataque, que nos dejó a Isabel y a mi llenos de rojeces como si tuviésemos la viruela, nuestra sensibilidad y aprensión se disparó y a la mínima sensación de cosquilleo nos explorábamos minuciosamente pies, piernas y ropa. Ha sido una verdadera batalla que, gracias a la química y a una higiene extrema ―en tres días hemos puesto nueve lavadoras, hemos pasado el aspidor y fregado el suelo cada mañana y nos hemos duchado mediodía y tarde―, hemos ganado.)