Noticia de Son Bauló

La floración indica el inicio de un nuevo ciclo, un renacimiento, el final de una etapa de letargo y un nuevo despertar a la vida. Todos los que estamos sobre esta esfera misteriosa, que gira y gira como una peonza mientras se desplaza por el espacio infinito, lo sentimos así. Por dentro y por fuera. Por dentro, la bioquímica cambia y se agudizan los sentidos, se renuevan inquietudes adormecidas y nos replanteamos aventuras postergadas. Por fuera, todo se llena de colores: los campos, las calles, las montañas, el metro y los autobuses…, todo desprende un optimismo juvenil al que no te puedes sustraer salvo que tengas el alma enferma o los años la hayan disecado.

En Son Bauló la transformación es maravillosa. Las clivias, los crisantemos, los geranios, las margaritas, las lantanas, los rosales, las cerrajas, los gladiolos silvestres y decenas de otras especies vegetales exponen sus órganos sexuales al sol a la espera de la polinización. La molesta vinagrera, que en invierno nos invade, retrocede ante el empuje de gramíneas y compuestas. El rumor de los insectos vuelve a oírse alrededor del huerto, donde habas, guisantes y tirabeques, este año de lluvias abundantes, nos están regalando una espléndida cosecha. Los planteles de calabazas y melones de Isabel ya asoman la cabeza y habrá que sembrarlos pronto. Casi todos los esquejes de rosal que aproveché de la poda también se han sumado a esta fiesta de la reproducción y anuncian con sus tiernas hojas el nacimiento de una nueva planta. Y ya tenemos las primeras hormigas patrullando por la cocina.

Entremedio del viento y el frío del invierno y el calor apabullante del verano, la primavera en Son Bauló es una estación tonificante, la naturaleza que nos rodea se transforma en un gran balneario y disfrutamos de una tranquilidad que nos hace olvidar las tragedias del mundo. Estos días la luz y el aire están llenos de vibraciones y fragancias que te transmiten vitalidad y alegría, y se te hace difícil entender por qué la gente se ha de ir matando, cómo alguien puede articular su vida alrededor de la muerte. Luego, en Barcelona, cerrado el paréntesis, entregado de nuevo a bullicio de la vida urbana y permeable al clamor de los desheredados, lo entiendes aunque te duela.

En esta pintura paradisíaca de la Semana Santa en Son Bauló hay algo que me inquieta. El huerto. Este año Isabel ha ampliado el huerto, que de los 40 m² iniciales ha pasado a tener más de 200. Ella dice que no sembrará en toda la superficie, que solo es para separar sandías y melones de calabazas y calabacines y tratar de evitar que el huerto se convierta en el gran caos vegetal en que se convierta cada año. Pero yo no me lo creo. Tal como es ella, tengo serias dudas que pueda soportar ver un solo metro cuadrado labrado sin aprovechar a la vez que le van llegando, por vías diversas, tomateras y meloneras de variedades nuevas y sabores exquisitos. También dudo que sea capaz de negar a una sola semilla de sus planteles, que ha sembrado y regado con tanta dedicación, la oportunidad de hacer una buena mata y dar fruto. Lo dudo. Todo esto significa: primero, rediseñar el huerto de arriba abajo y adaptarlo al nuevo propósito —cambiar conexiones, alargar mangueras, tapar los agujeros inútiles y hacer otros para conectar nuevas líneas de riego, replantarse el mosaico de telas negras y extenderlas…; en fin, trabajo y más trabajo—; y luego, irlo adaptando a las incorporaciones no planificadas y que lo acabaran convirtiendo en una superficie vegetal igualmente caótico pero más extensa. ¿Qué no? Ya os lo contaré. ¡Ojalá me equivoque!