Noticia de Son Bauló

Visita al castillo de Capdepera y ascensión al puig de sa Cova Negra

La villa de Capdepera se alarga entre dos cerros, y su caserío, atrapado en la estrechez del valle, asciende por las laderas que coronan, por la izquierda mirando al mar, el castillo, y por la derecha, las antenas de telecomunicaciones y la construcción futurista del radiofaro de Aena. Desde la cumbre de ambos cerros la vista es esplendida y únicamente por eso ya merece la pena subir.

El denominado castillo de Capdepera es en realidad un recinto amurallado que en el año 1300 mandó construir en rey Jaume II para garantizar la seguridad de los habitantes de la villa que él mismo había ordenado fundar a fin de consolidar un núcleo de población que asegurase el control y defensa de un territorio medio despoblado entonces. Capdepera nació, pues, como un puñado de pequeñas casas apretujadas entre los muros protectores levantados alrededor de la torre d’en Miquel Nunis, que ya existía. En esta torre, unos setenta años antes —el 1231—, el rey Jaume I, padre del fundador de la villa, firmó con los sarracenos el Tratado de Capdepera, en el que lo reconocían como señor de la isla de Menorca. Este documento, que tiene el honor de ser considerado el tratado de paz más antiguo que se conoce, se conserva en la Biblioteca Nacional de París, y no me preguntéis por qué.

La torre d’en Nunis, en la parte alta del cerro, es el único vestigio que resta dentro del recinto del castillo del paso de los musulmanes y se supone que fue levantada en donde había una antigua torre de vigilancia. Su apariencia actual, con la base cuadrada y un cuerpo superior cilíndrico, responde a la idea práctica de un notable del lugar de aprovecharla para hacer un molino harinero. Eso fue a principios del siglo XIX y la obra no se terminó porque el gobernador militar que mandaba la tropa que se acuartelaba en el castillo desde inicios del siglo XVIII se opuso.

Los gabellins —así se conoce a los habitantes de Capdepera— empezaron a abandonar el castillo para establecerse al pie de la montaña a partir del siglo XVII, y los militares se fueron el año 1854. Entonces, el castillo pasó a manos privadas hasta que el año 1983 lo donaron al municipio. Desde entonces un patronato se ha ocupado de la restauración y acondicionamiento.

Si bien puedes admirar el panorama que rodea el cerro del castillo resiguiendo el camino de ronda de las murallas, el mirador propiamente dicho se encuentra en la cubierta de la iglesia, una construcción robusta del siglo XVI, que amplía la primitiva del XIV y que se engrandece entre el XVII y el XVIII con las capillas laterales situadas fuera de la muralla.

Con la ocupación militar del castillo el siglo XVIII, se emprenden las reformas necesarias para adaptarlo como cuartel y se levanta en medio del recinto la casa del Gobernador, hoy convertida en espacio museístico.

De hecho, si me aventuré a subir al Puig de sa Cova Negra, donde están las antenas y el radiofaro, fue para tener una vista frontal del recinto del castillo, cuya visita me resultó sumamente interesante. Pero una vez arriba, pude comprobar que, además de una magnífica visión del castillo y la población, la vista sobre el litoral era extraordinaria. Desde allí, mirando hacia el este, abarcas un panorama que va desde la Serra de Son Jordi y las lomas montañosas que terminan en el Cap Vermell y Es Carregador hasta el Cap de Capdepera, pasando por los caseríos y chalés de Cala Rajada y Sa Pedruscada y el pinar del Puig Seguer y los campos que lo rodean. ¡Impresionante! Y para subir tan solo hace falta buscar la calle Clapers y seguirla hasta enlazar con la pista asfaltada que lleva al radiofaro. Allí dejas el coche y un sendero que sale de la última curva de la carretera te sitúa en la cumbre en un par de minutos.

Y no puedo abandonar Capdepera y sus cerros sin aclarar que el topónimo no tiene nada que ver con un individuo con la cabeza —en catalán, cap— en forma de pera, como se podría suponer en un primer momento, sino que viene del latín Caput Petrae —Cabeza de Piedra—, y hace referencia a la punta rocosa a partir de la que las naves romanas que reseguían el litoral mallorquín cambiaban el rumbo para dirigirse hacia la isla vecina de Menorca.