Por la Cerdanya

El fin de semana pasado estuvimos en la Cerdanya. Natxo y Mercè han alquilado un apartamento en la Tor de Querol y nos invitaron a ir con ellos. Hacía años que no estaba en esta parte de la comarca y me sorprendió su transformación urbana. Los pueblos se han engrandecido y los núcleos antiguos han quedado rodeados por nuevas construcciones de chalés con jardín, grupos de casas adosadas y edificios de cuatro o cinco plantas de apartamentos, y una cierta periferia industrial y comercial va apareciendo en los núcleos principales —Puigcerdà y la Guingueta d’Ix (la Bourg-Madame francesa). La nieve puso de moda la Cerdanya a finales de los años sesenta y en estos cincuenta años su economía ha cambiado, lo cual empieza a reflejarse en el paisaje, cada vez más supeditado a las exigencias del sector turístico, que se ha convertido en el primero y más dinámico de la comarca.

Sin embargo, el encanto bucólico de esta llanura rodeada de montañas perdura y, guiados por nuestros amigos, que durante años tuvieron casa en Llívia y se la conocen bien, Isabel y yo pudimos disfrutamos de ella.

Para empezar ascendimos al cerro de Bell-lloc, en cuya cumbre hay el santuario de Santa Maria de Bell-lloc, con una iglesia románica del siglo XII. Des de lo alto, la vista sobre la Cerdanya es extraordinaria y puedes hacerte una idea de su génesis geológica, ya que ves perfectamente las dos alineaciones de montañas que la delimitan, a cuyos pies pasan las fallas que explican el hundimiento de este fragmento de territorio pirenaico a finales de la orogénesis alpina, hará cosa de unos veinte millones de años, su ocupación momentánea por un lago y el posterior rellenado por aluviones hasta configurar esta llanura tan singular, surcada por un río Segre joven y bullicioso, que la resigue en toda su longitud, de noroeste a sudeste. Como el día no era claro y los infinitos, finamente neblinosos, tuve que limitarme a la contemplación del panorama y renunciar a llevármelo a casa en la memoria flash de mi cámara.

La segunda aproximación a la comarca nos puso en contacto con sus límites montañosos, en concreto con la Serra de Fontviva, vinculada al macizo del Carlit (2.921 m), en la cabecera de la Vall de Querol. Mediante una breve caminata de una hora nos situamos en el lago de Fontviva (1.890 m), que reúne todos los rasgos propios de este Pirineo axial que delimita la comarca por el norte: materiales antiguos, en este caso pizarras y granitos, elevaciones que rozan los 3.000 metros, relieves modelados por el glaciarismo cuaternario, prados alpinos y bosques con abetos, pinos, abedules y hayas. El paraje se encuentra dentro del término de Portè (Portè-Puymorens para los franceses), a poca distancia del famoso Coll de Pimorent (2.618 m), en donde los ciclistas del Tour de Francia cada año sudan la gota gorda.

 El paseo Llívia-Gorguja-Estavar-Llívia al atardecer nos permitió caminar por el fondo de la llanura, entre cultivos forrajeros, este año de un verde amarillento por falta de lluvias, que, junto con los prados, están en la base de la tradicional actividad ganadera de la Cerdanya. También nos sirvió para constatar las transformaciones que el éxito turístico ha favorecido, una buenas, como la rehabilitación de muchas de las casas viejas de pueblos y caseríos para convertirlas en segundas residencias o dedicarlas al alojamiento rural, y otras no tan buenas, como la ampliación de los núcleos urbanos, cada vez más visibles, y la aparición de urbanizaciones aisladas, campings, y conjuntos de bungalós con la correspondiente ampliación de la red de viales asfaltados que, poco a poco, van destruyendo el encanto rural de la llanura ceretana.

Terminamos la visita a la Cerdaña el lunes por la mañana con la ascensión al cerro del castillo de Llívia. Del castillo y sus defensas queda muy poca cosa porque a finales del siglo XV el rey Luis XI de Francia lo hizo volar, pero desde allí arriba se tiene una magnífica visión de la comarca y de la villa, al pie del cerro. Llívia tiene un origen muy antiguo, anterior a la dominación romana, durante la que se convirtió en capital de la Cerdanya con el nombre latino de Iulia Lybica, condición que mantuvo hasta la fundación de Puigcerdà en el siglo XII. Desde el tratado de los Pirineos de 1659 entre Francia y España, que dividió la comarca, Llívia es un enclave español en territorio francés. Esto le ha proporcionado un atractivo especial para los turistas, que recorren los 5 km de carretera internacional que la separan de Puigcerdà para visitar la famosa Farmacia de Llívia, la más antigua de Europa —existía ya en 1415. Actualmente, la farmacia de la familia Esteve —27 generaciones de apotecarios— forma parte del museo de Llívia. Por desgracia, nosotros no la pudimos visitar porque los lunes el museo cierra.