Rayuela, de Julio Cortázar

Escollo superado. He terminado Rayuela, de Julio Cortázar. Me ha durado todo el verano, pero por fin he cumplido el deber de leerla que me había impuesto hace 48 años, cuando la compré en la librería Bosch, de la Ronda de la Universitat, que ya no está. Lo intenté en su momento, cuando leer a Cortázar era imprescindible para todo intelectual que se preciase. Pero nunca he sido un intelectual convencido y no lo conseguí; tan solo llegué a la página 111 —todavía conservaba el punto de lectura entre las hojas del libro. Mi tierna juventud, inquieta e impaciente, no pudo con una novela que es una divagación dentro de una divagación que se alarga más de seiscientas páginas; tenía otras prioridades mucho más vitales que requerían mi atención. Ahora, con estas prioridades satisfechas u olvidadas, he abordado la novela de Cortázar con mejor disposición.

Rayuela es el experimento de un escritor que se impone el reto de llevar la novela más allá de la mera narración y conducir al lector a ultrapasar la realidad cotidiana que lo embrutece y situarlo en un plano más auténtico y enriquecedor. Y este propósito lo expone dentro de la misma novela a través del personaje de Morelli, un escritor admirado por el protagonista —Horacio Oliveira— y sus amigos. La primera parte, titulada Del lado de allá, transcurre en el París de los años cincuenta y se mueve entre las lamentaciones del protagonista en su búsqueda inútil y tozuda del absoluto, conversaciones eruditas con sus amigos artistas y evocaciones de la Maga, que, como suele pasar, Oliveira no se da cuenta de cuanto la ama hasta que la pierde.

La segunda parte —Del lado de acá— se sitúa en Buenos Aires, donde Horacio Oliveira se reencuentra con su amigo Traveler. Ahora la trama gira alrededor de la relación de los dos amigos a través de Talita, la pareja de Traveler, por la que Oliveira siente una atracción confusa al identificarla con la Maga. Afecto, rivalidad y celos son las emociones que rigen esta segunda parte, que lleva una deriva hacia el absurdo más acusada que la primera.

Hay una tercera parte, titulada De otros lados (capítulos prescindibles), que es una especie de cajón de sastre en donde el autor coloca fragmentos que complementan las partes anteriores, citas, noticias de prensa y notas del escritor Morelli, en las que expone sus reflexiones y tesis sobre la novela.

En las tres partes he encontrado capítulos y fragmentos excelentes, en los que Cortázar da muestra de su talento y logra el propósito de rescatarte de la realidad circundante y situarte en un plano de percepción en el que te invade la sensación de que otras realidades más allá de la propia son posibles. Y lo hace a través de un personaje víctima de un pensamiento desbordante incontrolable que lo lleva a vivir en un permanente desasosiego y que, a la vez, desasosiega al lector. Pero también hay largas digresiones eruditas que me han aburrido y, sobre todo en la última parte, capítulos que no aportan nada a la narración, aunque quizás sí al experimento que Cortázar ha querido llevar a cabo. El resultado del conjunto es una obra interesante, seguramente fruto de la inquietud personal del autor —intuyo referentes biográficos en el marco y en los personajes—, pero que va por caminos que no son los míos y que no sé valorar con la admiración con que otros lo han hecho. Es posible que haya tardado demasiado en leerla y le haya pasado el momento, como a algunas películas de la Nouvelle vague. Pero hace 48 años tampoco supe encontrarle la gracia. Quizás no he cambiado tanto como me parece y lo único que he añadido con el tiempo es paciencia.