
Arroz de bacalao con coliflor y rebozuelos anaranjados
El interés en asumir el día a día de la vida y no tener que delegar en nadie mi mantenimiento y el del espacio en donde vivo me ha llevado a realizar la mayor parte de las faenas domésticas. Esto me resta tiempo para dedicarlo a tareas más “sublimes”, objetarán algunos, pero hacerlas me produce una íntima satisfacción y me reafirma. Poner la lavadora, tender la ropa, recogerla y doblarla, planchar, hacer la compra, cocinar, fregar los platos dos veces al día, ordenar, hacer la cama, cambiar las sábanas, pasar la aspiradora o hacer pequeñas reparaciones de bricolaje han pasado a ser actividades propias de mi funcionamiento vital. Y estoy convencido de que adquirir estos conocimientos, hábitos y rutinas, que de muchacho no aprendí porque crecí en el seno de una familia tradicional, en la cual la mujer asumía estas funciones ―salvo la del bricolaje―, además de las de ser madre, a cambio de un techo y la manutención, me ha proporcionada estabilidad emocional, ha contribuido a mi madurez como ser humano y me ha hecho mejor persona. De entrada no me he visto obligado a establecer o prolongar pactos emocionales presionado por la incapacidad de resolver la intendencia, como ha pasado demasiado a menudo en hombres de mi generación ―y no digamos en los de la generación anterior―, con lo cual he evitado las situaciones traumáticas que siempre acaban generando las relaciones de dependencia una vez el amor se disuelve en el tiempo y la cotidianidad. Las relaciones que he establecido con las mujeres siempre han sido inspiradas por la atracción más elemental, primero, a la que, más tarde, y cuando una serie de fracasos me hicieron comprender que el enamoramiento no era el único factor a considerar a la hora de configurar una pareja, he añadido la comunión de gustos e intereses, convergencias socioculturales y una visión parecida de la vida.
Explico todo esto para que quede claro que para mí cocinar no es una manifestación más de una vocación creativa, en un momento en que la cocina de autor está de moda, sino un actividad básica y un factor de autoestima, y que las recetas que pueda colgar en este bloc de notas no son fruto de una profunda reflexión o experimentación, sino el resultado de la eventualidad ―de lo que tengo en la nevera cuando me pongo a cocinar― y de los conocimientos que mi madre me transmitió con su dedicación exclusiva a lo largo de muchos años de alimentar de la mejor manera posible a quienes dependíamos de ella. Muchas de las recetas que pueda explicar las he encontrado en papelitos y libretas que guardaba en un cajón de la cocina, otras me las he inventado en momentos de inspiración culinaria y otras las he ido recopilando y probando; en este caso solo haré de transmisor, quizás con alguna pequeña variación, de la que procuraré indicar la causa, que seguramente siempre será la falta del producto a la hora de ponerme el delantal y la pereza de bajarlo a comprar.
En fin, dicho esto paso a explicar cómo he hecho un arroz de bacalao con coliflor y rebozuelos anaranjados que encuentro que no está nada mal.
Ingredientes (2 personas): 125 gr de bacalao salado desmigado, 150 gr de arroz, una coliflor, un puñado de rebozuelos anaranjados, ½ cebolla grande, un tomate maduro, un ajo, perejil, aceite y sal.
Tiempo total de cocción: unos 45 minutos.
1. Unas 5 o 6 horas antes se pone el bacalao desmigado en remojo y se le cambia dos veces el agua. No conviene que pierda totalmente la sal.
2. Si los rebozuelos son frescos, es preciso limpiarlos, pasarlos por la sartén hasta que suelten toda el agua y reservarlos. Si son secos, se han de poner en remojo la noche anterior y colarlos en el momento de utilizarlos.
3. Cortar una cuarta parte de la coliflor aproximadamente en ramilletes pequeño y ponerlos a hervir durante 10 minutos en unos 300 ml de agua.
4. Cortar la cebolla menuda, rayar el tomate maduro y preparar una picada de ajo y perejil.
5. En una cazuela con aceite se sofríe el bacalao bien escurrido. Se retira al cabo de 5 minutos.
6. A continuación, en el mismo aceite de freír el bacalao, se hace el sofrito de cebolla y tomate (10 minutos; primero, la cebolla, y luego, el tomate); al que se añaden los rebozuelos, los ramilletes de coliflor escurridos, la picada de ajo y perejil y el bacalao. Se sofríe, removiéndolo, 5 o 6 minutos. Se tira el arroz (redondo) y se deja sofreír durante 5 minutos más sin dejar de remover. Entonces se tira el agua (2 medidas de agua por 1 de arroz), que puede ser la de la cocción de la coliflor, y se deja cocer 20-25 minutos. Se tiene que comprobar el punto de sal, y si el bacalao no ha dado suficiente salobridad al conjunto, se le añade. Y a esperar. Avanzada la cocción, recomiendo vigilar el agua y agitar la cazuela de vez en cuando para que el arroz no se pegue al fondo.
El arroz de bacalao es un plato que cocino a menudo, y siempre lo hago con alguna verdura: unas alcachofas, unos ramilletes de brócoli o de coliflor, unas judías verdes…; depende de lo que tenga más a mano en aquel momento. En este caso la coliflor responde a esta circunstancia.
Los rebozuelos anaranjados los encontré tras una caminata por el Montseny hará cosa de un par de semanas. Regresaba del Matagalls con unos amigos y fuimos a dar a un lugar en el que las setas crecían a millares. En un cuarto de hora cogimos tres quilos. Todo era alargar el brazo y cogerlas. No hacía falta buscarlas, estaban allí, a nuestro alrededor, encaramándose por la vertiente húmeda de la montaña. Por la noche las limpié y las pasé por la sartén hasta que soltaron el agua. Entonces las congelé para utilizarlas más adelante. Las he hecho en tortilla, guisadas con pollo y un acompañamiento de puré de patata, y, finalmente, en este arroz de bacalao que me sugirió mi amigo Francesc, pero que no supo darme la receta. Y lo que he hecho ha sido simplemente incorporarlos a mi receta tradicional de arroz de bacalao. La experiencia, como digo, ha sido satisfactoria y es un placer compartirla.