Reflexiones psicoanalíticas

Son las ocho y cuarto de la mañana y como cada día me siento ante el ordenador. Esto no quiere decir que cada día escriba. A través del ordenador hago otras cosas, como leer el periódico, gestiones administrativas, contestar el correo y perder el tiempo. Hoy me ha dado por escribir esta nota.

Últimamente duermo poco, pero sin angustia, más bien excitado, luminoso, es como si la energía, el deseo de creación, no me dejase dormir. Esta noche me he despertado a las cuatro de la madrugada para anotar frases que se me encienden en el cerebro como bombillas tras un proceso enigmático que se produce en el entresueño. Esto me pasa a menudo, pero la mayoría de las veces el riesgo a desvelarme me hace permanecer en la cama y pensar que por la mañana, cuando me levante, las recordaré. Pero no, normalmente por la mañana no las recuerdo.

La frase de hoy era: «El artista, más que nadie, vive con la necesidad permanente de autoafirmación.» He apagado la luz y al cabo de pocos minutos he tenido que volver a encenderla para anotar una variación sobre el mismo tema: «El ego del artista es tan grande que desborda los límites de su cuerpo y se extiende más allá a través de su obra.»

Reflexionando sobre las frases de esta noche y aplicándomelas a mí mismo como escritor me doy cuenta de que vivo en la contradicción personal de no querer significarme y, a la vez, quererlo. Me explicaré. No me gusta exhibirme, ni ser el centro de atención en reuniones de más de cuatro personas, normalmente participo poco en los debates y mantengo un perfil bajo, y como culminación de esta actitud, siento un rechazo instintivo hacia los comportamientos narcisistas y el afán de protagonismo hasta el punto de la irritación. Pero, por otro lado, anhelo el éxito y el reconocimiento de mi obra, llegar a un público amplio y regodearme en los elogios. ¿No es una contradicción?

Me muevo permanentemente entre la voluntad de discreción y la de notoriedad, es como si fuese dos personas diferentes a la vez que luchan entre sí para tomar posesión de mi ser. Y yo asisto a la lucha con un cierto desconcierto anhelando una u otra cosa según el momento y la circunstancia. Y a pesar de que procuro gestionar bien esta pugna, hay momentos en los que no puedo evitar sentirme incómodo pensando que vivo bajo una identidad falsa, que soy y no soy a la vez, que aspiro a ser quien no soy y que en realidad soy alguien que no quiero ser. O sí que quiero y como no puedo serlo, busco consuelo en quien no soy. ¿Lo entendéis? ¿No? No me extraña. Yo tampoco.

Pero creo que lo que me pasa se puede explicar situándonos dentro de los términos de las frases de esta noche. Sí, vivo con la necesidad de autoafirmación porque me muevo dentro de la duda. Cualquier creador se mueve dentro de la duda en cuanto al valor de su obra, que viene a ser una proyección de sí mismo. Y si la obra se cuestiona, se cuestiona el autor, su naturaleza, el sentido de su existencia. Ante esto, no es de extrañar que haya tantos artistas que se suicidan de forma directa o indirecta. Es angustioso vivir permanentemente en la duda, desconfiando del valor de lo que haces y necesitando la mirada del otro y su reconocimiento para saber que has hecho algo valioso, que tu vida tiene sentido y que no vives en falso, encumbrado en una estructura de arena que has levantado creyendo que era cemento armado.

Seguramente todo esto me viene a la cabeza porque me inquieta la inminente aparición de Atlàntic, la novela finalista del premio Nèstor Luján 2020 i que publica Columna Edicions. Estoy de nuevo ante la tesitura de ponerse en cuestión mi trabajo de escritor, que es lo que me significa y que me ha permitido superar momentos difíciles de mi vida, donde los frentes de batalla han sido múltiples, la mayoría bajo el mismo epígrafe: la relación con los demás. ¿Saldré bien parado de este nuevo juicio? No puedo evitar preguntármelo.