Reflexiones

Reflexión a propósito de dos chicas tatuadas sentadas ante mí en el tren de Sarrià

La moda nos está proporcionando una generación de tatuados y tatuadas. Lo que se incorporó a la cultura occidental el siglo XIX como un signo inconformista y rebelde, propio de marineros y aventureros que venían de Oriente y de la Polinesia, de gente que vivía al margen de los convencionalismos de la sociedad burguesa, se ha convertido en un producto de consumo juvenil y ha dejado de ser un pronunciamiento. Estas dos muchachas que tengo delante, con sus móviles de última generación, que botonean como desesperadas, que ríen y comentan lo que les responden ese y aquel, que se remueven inquietas, que no paran y que están poniéndome nervioso, llevan tatuajes en los hombros, los brazos y los tobillos, son tatuajes pequeños, uno aquí, el otro allá, que no significan nada, salvo el hecho de que sus portadoras, a pesar de esa tontería adolescente, son los bastante mayores como para disponer de su cuerpo y decorarlo con motivos pintorescos: un corazoncito, una flor, un pequeño animalito… Los de los chicos acostumbran a ser más ostentosos, en ellos aún hay la voluntad de manifestar potencia y rotundidad, sólida masculinidad, subversión, arrojo. En el gimnasio hay algunos que muestran una superficie de piel tatuada bastante importante. En los brazos, en las piernas, en los hombros, en los trapecios… Imágenes, símbolos, caligrafías, cenefas, arabescos…; elementos decorativos sin otro propósito que resaltar una virilidad moderna y juvenil.

Pero los años pasan y estos cuerpos decorados envejecerán, las pieles jóvenes y tersas se arrugarán y replegarán, los músculos tensos se deshincharán y la flacidez alterará la pulcritud de los dibujos y los convertirá en manchas rugosas de contornos imprecisos y sorprendentes, en líneas irregulares y desdibujadas que aún pondrán más en evidencia la decrepitud. Me gustará ver cómo acaban muchos de estos tatuajes espléndidos, en qué los convierte el paso del tiempo. Unos se hincharán por obesidades morbosas, se deformaran por maternidades reiteradas, grasas mal distribuidas ondularan trazos y, lo peor de todo, la renuncia y la decepción, la rutina y el fastidio, les harán perder la magia y el brillo. Y puede que llegue un momento que odien estos tatuajes que ahora les hacen tanta gracia y les proporcionan un punto artificioso de autoestima y satisfacción. “¡Qué guay, tía!”, le dice la una a la otra, que le muestra una mariposa de colores en la barriguita.

Aunque, pensándolo bien, cuando llegue este momento yo ya no estaré.