Reflexiones

El perfil del boletaire

La temporada de setas se presenta espléndida. Un final de verano especialmente húmedo ha dejado los bosques empapados y ha favorecido la aparición de setas. Y con las setas han irrumpido en escena los boletaires[1]. Ayer salí a caminar por el Monseny con unos amigos y, a pesar de que eran las ocho de la mañana, nos costó encontrar un lugar donde dejar el coche en la carretera que va de Seva a Viladrau. Todas las desviaciones laterales, todos lo ensanchamiento de la cuneta, cualquier espacio apto para dejar un coche ya estaba ocupado por los boletaires. Tuvimos que renunciar a dejar el nuestro en los dos o tres sitios que habíamos previsto para, finalmente, meterlo de mala manera junto a otro en un espacio más alejado y que nos obligó a dar un rodeo para llegar el punto de partida. Y por el camino miles de camagrocs[2] trepando por las vertientes húmedas, tentando con su silueta menuda y juguetona el espíritu de boletaire de Fèlix. Pero Toni y yo lo convencimos de que hoy tocaba caminar y que, si acaso, ya nos detendríamos a coger setas a la vuelta.

La afición a coger setas ―caçar bolets, como lo llaman los expertos―, se ha ido extendiendo entre la población hasta convertirse en un fenómeno de masas. Durante los meses de octubre, noviembre y diciembre miles de catalanes ―y catalán es todo aquel que vive y trabaja en Catalunya― se lanzan a la carretera los fines de semana, de madrugada. En más de una ocasión yendo hacia el Berguedà o el Ripollès para caminar, me he encontrado con colas de coches a las siete de la mañana. Eran boletaires que se dirigían con sus cestos y cachavas hacia los bosques pirenaicos, vibrantes de excitación y, a la vez, sufriendo al ver que ya eran tantos. Y cada fin de semana levantándose un poco antes para tratar de ser los primeros en pisar el bosque.

Cuando yo era un niño no había boletaires; entonces quien iba a coger setas era la gente de los pueblos y los payeses. Lo hacían con la naturalidad de una actividad tradicional que, otoño tras otoño, les llevaba a incorporar la seta a su cocina y a los productos que vendían en el mercado. Fue la socialización del coche la que generó el fenómeno del boletaire. Con el coche, los habitantes de las ciudades tuvieron la oportunidad de trasladase rápida y cómodamente a los bosques y coger ellos mismos un manjar cada vez más apreciado. De modo que estamos ante un fenómeno relativamente moderno, que a medida que el parque automovilístico ha ido aumentando y la red viaria ha ido mejorando, ha adquirido unas proporciones extraordinarias.

Pero si el coche hace posible al boletaire, no explica su deleite por recorrer los bosques buscando setas. ¿Qué empuja al boletaire? ¿Qué lo impulsa a una práctica tan sacrificada cuando tiene la posibilidad de adquirir setas en el super o en la frutería de al lado de su casa? ¿Qué lo hace levantarse a la cinco de la mañana un fin de semana, coger el coche y recorrer un centenar de quilómetros como mínimo, adentrarse en los bosques y caminar por la montaña sin levantar la mirada del suelo ni un solo momento durante horas y horas? La respuesta es compleja e inciden diversos factores.

Ante todo, el boletaire tiene un vivo instinto recolector. Este instinto viene de lejos; se trata de un instinto ancestral que todos debemos tener, pero que en el boletaire, por la razón que sea, se mantiene vivo y lo empuja a la acción. En el boletaire, la satisfacción de conseguir un alimento directamente de la naturaleza es tan grande que lo compensa del esfuerzo realizado. El boletaire no valora el esfuerzo sino la recompensa. Regresar a casa con los cestos llenos de setas es un triunfo que lo reafirma, que le da seguridad, una razón de ser. Y la satisfacción se multiplica cuando ve el precio a que van las setas en el mercado y piensa en lo que se ha ahorrado. Porque ésta suele ser otra de las características del boletaire: ser ahorrador.

El boletaire cree que ir el fin de semana a coger setas le procura una actividad sana y económica, ya que hace ejercicio y respira aire puro a la vez que ocupa el tiempo y llena el cesto de setas. Si no fuera, seguramente se quedaría en casa mirando la televisión, iría a algún espectáculo o a cenar con los amigos, o lo que es peor, mataría el aburrimiento yendo de compras. Con lo que su salud empeoraría con el sedentarismo y su bolsillo se vería afectado por el consumo, ya sea de ocio o de cualquier tipo de producto.

También es preciso tener en cuenta una tercera consideración a la hora de trazar el perfil del boletaire: la del estímulo. Una vez incorporada a su vida, la actividad de ir a coger setas se convierte en un estímulo vital para el boletaire. Por eso aguarda con tanto anhelo la llegada del otoño, por eso amplía sus conocimientos micológicos y alarga la actividad todo lo que puede, y por eso sigue con interés el popular programa que TV3 ofrece puntualmente cada año en estas fechas, Caçadors de bolets. Falto de otros estímulos ―raramente el boletaire es aficionado a la lectura, a la creación o a la práctica deportiva―, el boletaire se entrega en cuerpo y alma a la seta y acaba convirtiéndola en un aspecto importante de su vida. El boletaire es capaz de comprarse un todo terreno para introducirse en el bosque hasta allí donde no pueden llegar otros boletaires, o comprarse una casita en el Berguedà con tal de estar cerca de los bosques que le proporcionan su querida seta.

Para la práctica reiterada de una actividad tan solitaria e inocente es necesario haber superado la fase de búsqueda y sacrificio por la pareja ―la comezón del sexo―; de modo que el boletaire acostumbra a ser un individuo maduro, a menudo con un pie en la vejez. Y a pesar de que hay mujeres boletaires ―mi hermana mismo era una boletaire experta y constante, gracias a la que he podido saborear níscalos, boletos, rebozuelos y senderuelas―, la observación me dice que es una actividad preferentemente masculina y que suele realizarse en equipos de dos o tres individuos.

Resumiendo. El boletaire suele ser masculino, urbano, de cierta edad, motorizado, primario y ahorrador, buen comedor y experto en la identificación de setas o, como mínimo, prudente en su recolección. En esto último le va la vida, como desgraciadamente comprobamos cada año con algunos de los que se incorporan a la actividad faltos de preparación y van a dar al hospital o, incluso, a la fosa.

 


[1] En catalán, a las setas se las llama bolets i a los aficionados a coger setas, boletaires.

[2] Rebozuelos anaranjados.