Reflexiones

La profecía de Kafka

Durante el vuelo de Palma a Barcelona terminé de leer La Tierra se agota, de James Lovelock (Editorial Planeta, 2011). Suspendido en la atmósfera a 9.000 metros de altitud, contemplando la leve línea rojiza que el sol pintaba en un cielo que oscurecía por segundos, cerré el libro y me sentí desesperanzado. Y tuve que hacer un esfuerzo de alejamiento de mi yo para encontrar algo de confortación en el hecho irremediable de que era humano y que la condición humana, de momento, no daba para más. De nada me servía deprimirme por el comportamiento insensato de mi especie, la más inteligente de las formas de vida existentes sobre la Tierra y la gran triunfadora en el arte de sobrevivir y extenderse por el planeta, y que, no obstante, con su actuación estaba desencadenando un cambio medioambiental de consecuencias imprevisibles, que pondría en cuestión su misma supervivencia.

James Lovelock es un científico británico que a finales de la década de los sesenta concibió la Tierra como un gran organismo en el que la materia viva y la materia inerte interactúan entre ellas y se autorregulan con la finalidad de obtener un entorno óptimo para el desarrollo de la vida. Este proceso de retroalimentación, que se inicia en el mismo momento que aparecen las primeras formas de vida hace 3.500 millones de años, configura finalmente una biosfera en la que se producen los procesos evolutivos que dan lugar a la biodiversidad actual, con la especie humana coronando el árbol de la vida. Lovelock denominó el supraorganismo de su hipótesis, Gaia, y desde entonces hasta ahora diferentes investigaciones en el ámbito de la biofísica y la bioquímica la han ido confirmando y han ido haciéndole ganar adeptos entre los estudiosos de las ciencias de la Tierra.

Hace unos años sentí curiosidad por la hipótesis de Gaia y su creador, y leí Homenaje a Gaia. La vida de un científico independiente (Editorial Laetoli, 2005), una autobiografía en la que Lovelock se presenta como un científico desvinculado de cualquier grupo de poder y que, gracias al detector de captura de electrones de su invención, pudo colaborar en proyectos de distintos organismos ―la NASA entre ellos―, de medición de la composición de la atmósfera en diferentes partes del planeta. Y fue a trasvés de estas observaciones que llegó a concebir la idea de Gaia.

Explico esto para situar al hombre que, en La Tierra se agota, vaticina una próxima gran migración hacia latitudes elevadas huyendo de territorios desolados por un cambio climático devastador que, además, cuando se estabilice 4° o 5° C por encima de la temperatura actual, puede llegar a hacer subir el nivel del mar entre 20 y 30 metros. (El calentamiento que siguió a la última glaciación hace 15.000 años, cuando nuestro antepasado de Cromañón ya corría por el mundo, hizo subir el nivel del mar 100 metros.) ¿Os imagináis qué significa una subida del nivel del mar de 20 a 30 metros en un mundo superpoblado, en el que la mayoría de las grandes aglomeraciones urbanas se hallan en la costa y las tierras más fértiles se localizan en las zonas deltaicas? Está claro que este proceso ―que ya se ha iniciado― no se producirá súbitamente. Pero tampoco tan despacio como nuestra falta de respuesta hace imaginar. El hecho es que, desencadenado un calentamiento que ya no hay posibilidad de detener ―entre otras cosas  porque la especia humana no puede cambiar de un día para otro y abandonar el modelo de civilización egoísta y tribal que le es propio―, la única cosa que podemos hacer es retardar sus consecuencias más extremas y prepararnos para una nueva etapa tórrida de Gaia.  

Lovelock, a quien no le gusta hacer ciencia ficción, no aventura ningún escenario, tan solo desea que este gran cataclismo que tendrá que soportar la especie humana le permita evolucionar hacia un nuevo individuo capaz de convivir de una forma estable con sus congéneres y con Gaia. La esperanza reside, pues, en el hecho de que podamos convertirnos en una especie capaz de autorregularse y ser una parte beneficiosa para Gaia; no una infección como ahora. Y se pregunta: ¿en el gran contingente genético de la humanidad habrá genes que puedan llevar a cabo este objetivo? ¿Qué creéis? ¿Seremos capaces de evolucionar hacia un ser humano generoso, afectuoso con los demás y capaz de vivir sobre la Tierra de una manera tan leve que no deje ningún rastro? La verdad es que me gustaría. Pero viendo el panorama actual quizás todavía tardemos varios millones de años más a alumbrar un individuo así. Y eso si llegamos a alumbrarlo. Porque, ¿quién no te dice que, agresivos y estúpidos como somos, no nos exterminemos antes y la vida superior futura sea la evolución de un escarabajo, uno de los pocos seres capaces de sobrevivir a un devastador cataclismo atómico? Quizás la fábula de Kafka de aquel pobre muchacho que un día se despierta convertido en escarabajo sea una premonición, una profecía.

(Fotos bajadas de Internet)