Reflexiones

Estoy viviendo una situación kafkiana, una de aquellas situaciones en las que compruebas cómo la burocracia y el exceso de normas garantistas de una sociedad se giran contra el ciudadano y lo enfrentan al absurdo. Y ante esto, obsesivo como soy, he reaccionada con estupor y angustia. (Hace dos días que recurro a los tranquilizantes para poder dormir.) Os lo cuento:

El pasado mes de agosto unos okupas entraron en un piso que estaba a la venta tras la muerte del inquilino en una finca en la que mi madre también tiene uno. Al cabo de dos semanas, otros individuos ocuparon otra vivienda. Ambos propietarios pusieron las correspondientes denuncias e iniciaron el trámite judicial para echarlos. Pero hasta el momento presente los okupas siguen allí. Y a partir de las ocupaciones los vecinos han perdido la tranquilidad. Han roto la cerradura del portal varias veces, han reventado la puerta metálica de acceso a los contadores de agua y los han manipulado, han arrancado el cableado de la caja de conexiones del portero automático y los vecinos han quedado incomunicados con el portal; finalmente, hace dos semanas hubo dos intentos de robo y un robo consumado. Todo se ha denunciado a la policía, pero como no se sabe con certeza quién ha sido, no se puede hacer nada.

La inquilina de mi madre se ha marchado por la sensación de inseguridad que le producía encontrarse continuamente por la escalera individuos desconocidos de aspecto inquietante que iban y venían de los pisos ocupados. Y los inquilinos del piso en el que entraron a robar ya han anunciado al propietario que también se van. Nadie sabe exactamente quien ha desestabilizado la convivencia pacífica de los vecinos de la finca, pero curiosamente todo ha comenzado con las ocupaciones.

Los propietarios temen que los intentos de robo y el robo respondan a una estrategia de los okupas dirigida precisamente a hacer huir a los vecinos y tener la oportunidad, ahora que pronto concluirá el proceso judicial con su expulsión, de entrar en otro piso que haya quedado puntualmente vacío. Y a partir de aquí, volvamos a empezar: denuncia, juicio, sentencia en contra, recurso, nueva sentencia y ejecución. Un año más de vivir en un piso gratis. Ah, y además, uno de los okupas que se presentó en el juicio declaró que él había pagado para entrar en aquel piso. Es decir, que los pisos ya no se ocupan solo por necesidad, sino también como un negocio por parte de una mafia que trafica con ellos. Y hablando de tráfico, los vecinos saben, porque esto sí que lo han visto, que en uno de los pisos venden droga. La policía también lo sabe, pero como es un camello de poco monta, lo dejan en paz.

¿Esto es normal? ¿Es normal que el ciudadano tenga que hacer frente solo a una situación tan dolorosa desde el punto de la convivencia como ésta? ¿Por qué no puede intervenir la policía de una forma más expeditiva? ¿Por qué la justicia no lo soluciona en quince días y, con la dilación, permite que se establezca un tipo de vida alternativo, basado en la ocupación de una vivienda particular y en la posterior especulación con ella? ¿Por qué se grava al ciudadano que paga los impuestos que hacen posible el sistema ―un sistema que, por otra parte, no lo defiende cuando entra en conflicto con comportamientos delictivos― con todos los costes, el esfuerzo y la angustia de hacer cumplir la ley? ¿Por qué esta tolerancia con las ocupaciones? ¿Por qué esta pasividad ante la desintegración del principio más elemental de convivencia que es el respeto mutuo ―y en este respeto incluyo el de la propiedad?

Ante todas estas preguntas sin respuesta, la comunidad de propietarios de la finca afectada se está planteando recurrir a la fuerza para no caer en la dinámica de una ocupación tras otra de uno o más pisos. Es decir, está pensando en recurrir a matones que asusten a los okupas y los hagan desaparecer. Es la única solución que ven a pesar de convertirse ellos mismo en delincuentes. Pagar a una mafia para que te defienda de otra. ¿Es aquí adonde tenemos que ir a parar?

Y lo más grave es que, cuando he empezado a moverme para ver qué se podía hacer para resolver el problema, he sabido que el caso de la finca de mi madre no es único, que hay zonas de Barcelona en donde las ocupaciones están al orden del día e incluso hay un mercado clandestino de llaves para acceder a pisos ocupados en el que se paga una entrada y un alquiler por el piso, como si el okupa fuese su propietario. Haría reír si no fuese tan lamentable para quien ha de soportar la ocupación. 

Hemos hecho una sociedad tan garantista y, a la vez, tan burocratizada y normativizada ―con una justicia lenta y unas fuerzas de seguridad tan coartadas que resultan inútiles― que en estos momentos favorece más a quien no respeta la propiedad privada y, una vez en sus manos, especula con ella sin ningún escrúpulo, que al propietario que con sus impuestos sostiene el mismo sistema que lo aboca a la desesperación.

No, esto no es normal; es más, creo que lo que este “buenismo” mal entendido e indiscriminado que ha impregnada nuestra sociedad garantista la debilita ante caraduras, desaprensivos y delincuentes hasta el punto de conducirnos al caos si no lo remediamos pronto.