Reflexiones

Sobre tics lingüísticos

El uso coloquial de la lengua crea palabras, locuciones y frases hechas continuamente; hay algunas que, no se sabe por qué razón, hacen fortuna y su uso se extiende dentro de una generación como una especie de rasgo lingüístico de identidad. De mi juventud recuerdo los verbos fardar y molar. Decíamos: La camisa de Juan mola cantidad, para indicar que Juan llevaba una camisa estupenda; o: Con esta camisa fardas un quilo, Juan, para hacerle notar que presumía con ella. En la generación de mi hijo lo que se puso de moda fue el uso de la palabra tío incorporada a la frase como una muletilla. Oírlos hablar ponía los pelos de punta: “Hola, tío.” “¿Cómo va, tío?” “¿Has hecho el trabajo de filo, tío?” “No, tío, ¿y tú?” “Tampoco, tío.” “ Yo paso de filo, tío.” “Y yo, tío.”

La expresión que me llevó a reflexionar sobre el uso de la lengua mientras andaba por la calle un domingo a las tres del mediodía fue oír a un chico joven acabar una frase con un rotundo “¡que te cagas!” Quien lo escuchaba era una muchacha delgadita, rubia, la mar de mona, y pensé que una muchacha así no se merecía un tipo que subrayaba una experiencia, que no llegué a saber cuál era, con una locución tan grosera. Y es que, quizás por la paz que reinaba en la calle, sin tránsito y con apenas transeúntes y una brisa suave que hacía rumorear las hojas de los plátanos, a pesar de haberla escuchado otras veces, la expresión me resultó especialmente desagradable.

Hete aquí la reflexión que hice desde la calle de Mallorca esquina con Muntaner hasta el horno de Valencia con Casanova:

 El usuario de “¡que te cagas!” utiliza la expresión para manifestar la excelencia de algo, ya sea en positivo como en negativo. Dice: ¡Esto es bueno que te cagas!, o también: ¡Esto es malo que te cagas! El “¡que te cagas!” tiene la función de hacer superlativo el adjetivo con el que se califica el sujeto. Sin embargo, a menudo, la locución se utiliza directamente como adjetivo y, entonces, solo tiene un valor positivo. Por ejemplo: ¡Els Pets tocaron que te cagas! (Bueno, casualmente, para el grupo musical que he elegido en el ejemplo la expresión resulta especialmente adecuada; porque, ¿qué más propio de un grupo llamado Els Pets (Los Pedos) que hacer cagar cuando tocan?) Cambiemos, pues, de grupo para no crear confusión y supongamos que los que tocan son Sopa de Cabra. El hecho de que Sopa de Cabra haya tocado “¡que te cagas!” quiere decir que el grupo tocó de forma excelente, “¡de puta madre!”, que diríamos utilizando una locución de mi época que ha pasado a formar parte de la fraseología popular.

Lo que llama la atención de esta expresión es precisamente su incongruencia con el sentido habitual que la lengua aplica al hecho de cagarse encima. Porque cuando alguien se caga es por algo que no va bien; una intoxicación con ostras, por ejemplo, o porqué te has topado con un zombi medio descompuesto que se te acerca ávido de sangre. En cambio, en la expresión que analizamos, cagarse encima tiene un sentido, como ya he dicho, positivo, de algo extraordinario. Quizás su éxito entre los jóvenes radica precisamente en el carácter subversor de la expresión, que la aparta del significado común y la convierte en un hecho diferenciador.

Al entrar en el horno para mirar si tenían coca de Sant Joan, que este año, como la noche de la verbena estaba en Eindhoven, no había comido y parecía que me faltase algo, aparqué el tema. No, ya no les quedaba coca. ¡Lástima! Y me vino a la memoria la coca de Sant Joan del año pasado, que compre en un horno de Palma que el panadero había aprendido a hacerla en Barcelona y que era buena ¡que te cagas!, como diría el joven de la calle de Mallorca esquina con Muntaner.

(Foto bajada de Internet)