Reflexiones

Pandemia

Cuando me despierto por la mañana tras el olvido del sueño, he de hacer un esfuerzo para pensar en la situación que vivimos, tengo que rememorar que una amenaza inesperada ha alterado mi cotidianidad, y lo que era ejecutado de rutina, sin reflexionar, ahora ha de ser examinado bajo el prisma del riesgo o, simplemente, no lo puedo hacer.

En apenas unos días nuestra vida ha cambiado y la perspectiva de volver a la normalidad a corto plazo, es incierta. Hemos de ir haciéndonos a la idea que tendremos que replantearnos muchas cosas tanto a nivel individual como colectivo. Vivíamos bajo el espejismo de la seguridad, en la confianza de haber logrado tenerlo casi todo bajo control. El progreso de la ciencia y la tecnología nos garantizaba una esperanza de vida octogenaria y comodidades. Y con esto teníamos bastante para estar más o menos indiferentes a los signos de transformación del medio ambiente que está dando Gaya —el planeta entendido como un sistema interrelacionado, como un organismo vivo que reacciona a los cambios que se producen en él, y se adapta.

Este verano constaté cómo una bacteria localizada por primera vez en California, la Xylella fastidiosa, estaba acabando con los almendros de Son Bauló y de todo el levante mallorquín al aumentar la temperatura media de los meses de invierno y encontrar las condiciones óptimas para sobrevivir y proliferar. También he visto cómo con el cambio climático los bosques de pino albar del Pirineo se hacían más vulnerables y enfermaban. Un parásito, una oruga procedente de Asia, está arrasando el sotobosque de boj de Catalunya… Y ahora nos toca a nosotros con un coronavirus que en tres meses se ha extendido por todas partes y nos mantiene recluidos en casa, viendo cómo se desmorona el mundo de certidumbres sobre el que hemos construido nuestras vidas.

Todo esto que para nosotros resulta trastornador, para el planeta y para la vida sobre el planeta es irrelevante: la consecuencia a unos cambios que se están produciendo y la facultat de la naturaleza de generar nuevas formas de vida, nuevos seres que prosperan o se extinguen en función de su capacidad adaptación al entorno. La irrupción del COVID-19 no debería extrañarnos si no fuese que hemos olvidado que vivimos rodeados de vida y que nosotros solo somos una forma más de ésta. Somos, quizás, la especie más bien dotada para mantenernos en la cima de la pirámide evolutiva, pero esto no nos exime de la  necesidad de competir con otros seres vivos que actúan en la misma dirección que nosotros: proliferar y perpetuarse.

Creíamos haber hecho desaparecer el riesgo de exterminio como especie, reservándonos el derecho en exclusiva de exterminarnos entre nosotros mismos. No teníamos competidores; habíamos conseguido eliminarlos, recluirlos en nichos ecológicos o inmunizar-nos de ellos. De tan seguros como estábamos, empezábamos a pensar en longevidades centenarias e, incluso, en la inmortalidad. Y mira por donde, un ser insignificante, una forma de vida invisible, nos tiene aterrorizados y, en un momento, desmonta toda la teoría de la seguridad y del bienestar, que nos mantenía obnubilados.

De golpe y porrazo, la amenaza planea sobre nosotros en todos los órdenes, y nos escondemos en casa, vaciamos las calles, las oficinas y las fábricas, se llenan los hospitales y los líderes políticos miran de articular medidas de urgencia para atenuar las consecuencias del cataclismo. De pronto, todo se tambalea, y una organización social que parecía estable e indestructible, es puesta a prueba. ¿Resistirá? Ésta es la pregunta que todo el mundo se hace ahora.

Particularmente pienso que lo hará en la medida que sepa sacar consecuencias de la experiencia, que sepa resituar la vida humana en el contexto de la vida en general y pase a dar prioridad a aspectos hasta ahora ignorados o menospreciados por los poderes fàcticos, que cambie el chip del crecimiento infinito por el de la sostenibilidad. Estamos viviendo un momento histórico para la humanidad contemporánea, urbana y global, que deberemos analizar en profundidad si queremos seguir ostentando el liderazgo evolutivo.