Reflexiones

Manifestaciones y sociedad

Ayer, la manifestación que hace días se produce en Barcelona pasó por delante de casa. Un millar de personas, la mayoría jóvenes, gritaban consignas que no entendí. Hoy he sabido que venían de la plaza del Doctor Letamendi y subieron por Comte d’Urgell con la intención de confrontarse a otra manifestación que precisamente protestaba por las manifestaciones de estos días pasados. Era en la plaza Artós, en Sarrià, barrio acomodado y reducto de la extrema derecha. Lo que se iba a contrastar eran dos visiones muy distintas de la realidad. La policía lo evitó.

Ya hace días que hay gente que sale a la calle y se manifiesta. La excusa inicial fue la entrada en prisión de Pablo Hasél, un cantante de rap que nadie conocía hasta que los jueces lo convirtieron en uno de los personajes más populares del país. Pero Pablo Hasél solo es el símbolo, la última víctima de un Estado que encierra a los disidentes, ya sean políticos o cantantes. El clamor de la gente, su descontento, va más allá del Estado y sus jueces y se extiende hacia un modelo de sociedad que cada vez va dejando más personas al margen. La pandemia ha venido a remachar un clavo que ya estaba bastante hundido en las carnes de la ciudadanía y los desesperados y los utópicos han empezado a salir a la calle, y algunos, a incendiarla.

Pero no nos engañemos, no es un problema de orden público, que también, sino de sistema. Estos que salen a la calle y la policía aporrea no son delincuentes, y si hay alguno entre ellos, quizás deberíamos preguntarnos por qué delinque. Estos que salen a la calle son jóvenes sin trabajo, estudiantes que han dejado de estudiar porque no pueden pagarse los estudios, trabajadores en paro o con un ERTO que no cobran, tenderos que hace meses que han bajado la persiana, jubilados con pensiones de miseria, abuelos conscientes del negro futuro de sus nietos, parejas que llevan años de noviazgo porque no tienen donde ir, titulados universitarios que reparten comida a domicilio, abonados al banco de los alimentos, ascetas por obligación, artistas del hambre, poetas del desencanto.

Educamos a nuestros jóvenes para que sean unos desheredados bien preparos. Este es el gran lujo de la sociedad neocapitalista, que se mueve por el axioma implacable P – C = B; donde P es un precio que tiende a subir, C es un coste que el capital se esfuerza por bajar y B es el beneficio que aumenta, y, cuando no lo hace, el sistema se tambalea. Porque el sistema está montado para asegurar la existencia de este nuevo dios, independientemente de las personas que tenga que sacrificarse para que el modelo se cumpla.

¿Es posible una sociedad que piense en el bienestar de las personas, de todas las personas, y no únicamente en el de unas pocas? Por ahora no, porque la adoración al Beneficio implica unos explotados y unos explotadores. Deberíamos empezar a pensar en un modelo nuevo que substituya la B de Beneficio por la B de Bien común y reformularlo: P – C = B; donde P sería un precio a la baja, C un coste con tendencia a subir a fin de alcanzar la plena ocupación y B el bienestar que iría vinculado al hecho de que todo el mundo pudiese alcanzar la meta de una vida digna. Pero para esto es necesario un cambio de mentalidad global, reinterpretar los parámetros sobre los que la especie humana ha organizado la sociedad. Recrear la civilización. Y esto, creo que, de momento, no estamos en disposición de hacerlo. Aún nos falta un buen trecho por recorrer, aún tiene que pasar más tiempo, quizás milenios, para dejar atrás la voracidad instintiva de la bestia. 

Eso, si la evolución nos lo permite.