Reflexiones

Recordando a B. B.

Esta semana Sundance TV emitió la película de Roger Vadim Et Dieu créa la femme (1956), que convirtió a Brigitte Bardot en estrella internacional. Yo no la había visto, pero, como buen aficionado al cine, había oído hablar de ella. La película no tiene nada de particular salvo ella, B. B., que encarna el personaje de una jovencita a quien le gusta coquetear con los hombres de su alrededor. Bonita, provocativa, alegre y alocada, la pequeña Juliette trae de cabeza al rico y maduro Curt Jürgens, al duro y cínico Christian Marquand, y a un joven y enamorado Jean Louis Trintignant. Y dentro de este cuadrilátero sentimental se desarrolla la historia.

No escribiría esto si la película no me hubiese evocado los años en que B. B. se convirtió en sex symbol, que fueron los de mi adolescencia y primera juventud. Brigitte Bardot creó un estilo de comportamiento y una moda entre las chicas que aquí llegó muy filtrado por la moral del nacionalcatolicismo franquista. No obstante, a los chicos de mi edad, las fotografías de B. B. nos despertaban el instinto y nos hacían subir las pulsaciones.

Recuerdo que a los diecinueva años, cuando hacía segundo de comunes en la facultad de Filosofía y Letras, fui detrás de una chica estilo B. B. que me contaba el aliento. Se llamaba Caty, con i griega, era hija de militar y vivía en la calle Casanova, cerca de mi casa. Era menuda, bien proporcionada, con una mata de pelo rubio que se recogía de forma estudiadamente desgreñada y le caía por los lados; vestía minifaldas y jerséis ajustados que hacían resaltar las sinuosidades de su cuerpo, que no eran pocas, y tenía una boca y una sonrisa que no eran las de B. B., pero poco le faltaba. De hecho, toda ella me la recordaba, y yo, naturalmente, quedé obnubilado. Era tal la atracción que ejercía sobre mí, que fui capaz de vencer mi timidez y abordarla. En mi favor hubo que, al salir de la facultad, seguíamos el mismo camino para ir a casa, y esta coincidencia me facilitó la aproximación. En fin, que me quería enrollar con ella.

Y lo conseguí a medias. Resultó que Caty tenía un novio haciendo la mili en algún sitio, no recuerdo dónde, y mientras el novio estuvo lejos, aceptó mi compañía y mis aproximaciones afectuosas. Íbamos al cine, a bailar, no besuqueábamos…; parecía que la historia prosperaba. Pero cuando el novio regresó, las cosas se complicaron y las excusas se fueron sucediendo, hasta que un día me dijo que no podía seguir con dos novios a la vez y que tenía que decidirse por uno. Y se decidió por el otro. ¡Adiós a mi B. B. de la calle Casanova!

Como que esto sucedió en verano y al año siguiente los dos empezábamos la especialidad, y no era la misma, la volví a ver muy poco.

Ayer, en ver a Brigitte Bardot en la película de Vadim, me acordé de Caty, su cabellera rubia, las minifaldas que llevaba y los besos que nos dábamos en el portal de las casas. ¿Qué debe haberse hecho de ella?