Solo en Berlín, de Hans Fallada

He leído bastante literatura sobre el holocausto y la barbarie nazi. Desde el entrañable Diario de Anna Franck, que leí de adolescente y me conmocionó al saber las circunstancias de su redacción, hasta Las benévolas, de Jonathan Littell, que, ya adulto, también me dejó fuera de combate con la crudeza de su relato. Otros autores han sido Primo Levi, Leon Uris, Imre Kertész, Jerzy Kosinski o Jorge Semprún. Hay una vasta obra escrita que gira alrededor de este vergonzoso episodio de la historia reciente del hombre. Pero Solo en Berlín, de Hans Fallada, ofrece una visión que me ha sorprendido, tanto por el argumento como por el enfoque del tema y su tratamiento.

Para empezar, Hans Fallada es alemán ―su nombre real es Rudolf Ditzen―, no es judío y vive toda la etapa de la ascensión y triunfo del nacionalsocialismo y sus consecuencias en Alemania sin sufrir ninguna persecución política severa, a pesar de que tampoco manifiesta ningún entusiasmo por el régimen, lo cual le vale un breve encarcelamiento por una denuncia de actividades antinazis. Ditzen, que había logrado el éxito literario con la publicación de Pequeño hombre: ¿y ahora qué? (Kleiner Mann ―was nun?, 1932) se pasó el período nazi (1933-1945) trabajando en proyectos que no lo comprometiesen y entrando y saliendo de clínicas y sanatorios por problemas neviosos derivados del consumo de alcohol y drogas.

Solo en Berín (Jeder stirbt für sich allein) apareció en el año 1947, poco después de la muerte de Fallada, y relata cómo un humilde matrimonio obrero ―Otto y Anna Quangel―, inicialmente simpatizante de Hitler, a causa de la muerte de su hijo en el frente y de la arbitrariedad y prepotencia del partido nacionalsocialista, se convierte en crítico del líder nazi y sus métodos. Y la forma de manifestar su oposición consiste en escribir y distribuir por Berlín postales con invectivas contra el partido y sus líderes. De 1940 a 1942, que los detienen, el matrimonio Quangel distribuye 276 postales y 9 cartas, que sacan de quicio a la policía alemana y a las SS.

Este argumento, basado en hechos reales, sirve al autor para hacer una pintura casi esperpéntica de la vida en Berlín bajo la hegemonía nazi, con personajes marginales, cínicos y crueles, que confieren a la crudeza del relato un toque de humor negro, muy poco habitual en escritores alemanes, y que lo alinean con dos contemporáneos suyos de gran relieve literario: Joseph Roth y Bertolt Brecht. Alrededor de los dos protagonistas, Fallada sitúa a toda una serie de individuos despreciables, cuya vileza aumenta en la medida que aumenta su vinculación al partido. Por la novela desfilan delatores, borrachos, jugadores, hipócritas, torturadores, vividores inútiles, mezquinos conspiradores; y todos aquellos que representan algún valor positivo son perseguidos y destruidos por la brutalidad, entronizada en el poder. Únicamente la historia de la cartera Eva Kluge proporciona algo de consuelo al lector. Del resto, nada se salva, y son la ridiculización de la maldad y la orgullosa muerte de los protagonistas, en paz consigo mismos porque han obrado conforme a su conciencia en medio de aquel imperio del terror, el único mensaje de esperanza que se percibe. Es preciso recurrir a la Historia y recordar que, afortunadamente, la pesadilla nazi tuvo un punto y final, para respirar aliviado después de la lectura.

En esta edición de Solo en Berlín (Ediciones Maeva, 2012) se presenta la versión íntegra de la novela, que en su primera edición en el año 1947 fue acortada a criterio del editor, ya que Fallada había fallecido unos meses antes de su aparición y no tuvo la oportunidad de valorar la propuesta editorial. También hay un apéndice en el que se incluyen un artículo de Hans Fallada sobre los hechos reales en los que se basa, previo a la redacción de la novela, un glosario de siglas i personalidades alemanas del momento, datos biográficos del autor, documentación gráfica y un epílogo en el que se valora el éxito reciente de la novela tras más de medio siglo de olvido y se dan detalles sobre su proceso de gestación, que ayudan a aproximarse a la figura del autor.

Solo en Berlín es una buena novela, escrita desde la austeridad de estilo y la ironía, que pone de manifiesto el compromiso literario de un hombre complejo y atormentado interiormente. Yo la he leído con gusto, a pesar de que he de confesar que al final se me ha hecho algo larga. Quizás la primera versión de 1947, publicada en un formato más breve, no estaba del todo desencaminada. Pero eso es difícil de decir sin haberla leído y ver que se suprimió.