Una mirada literaria sobre Budapest

El viernes, 13, volví de viaje. Diez días entre Budapest y Praga me cargaron de imágenes y de cansancio y, como guinda, un resfriado puñetero que me ha tenido una semana abatido y sin ganas de hacer nada.

De las experiencias de los viajes, además del descubrimiento de espacios nuevos que fotografío —cada vez más como simple anotación memorística que otra cosa—, siempre procuro sacar un rédito personal, una satisfacción íntima ligada a mis intereses, aficiones u objetivos.

En Budapest fue entrar en contacto con la ciudad de Sándor Márai y de Imre Kertész, dos autores húngaros de los que he leído obra, sobre todo del primero, que tiene libros espléndidos, como El último encuentro o La herencia de Eszter; de Kertész, que fue Premio nobel de Literatura el 2002, había leído Sin destino, donde relata la odisea de un muchacho judío de 15 años que, a finales de la guerra, transita por distintos campos de concentración nazis. El relato, basado en la propia experiencia del autor, se escapa de la mera reseña autobiográfica y ofrece la visión acrítica y distante del protagonista, que vive aquel año de su vida moviéndose entre la incomprensión y el estupor, y asistiendo, con sorpresa y resignación, a la destrucción lenta e implacable de los que le rodean y de él mismo. La obra, narrada por la voz del protagonista, termina con su regreso a Budapest y una reflexión sobre el destino de una profundidad y una frialdad que te preguntas si se habrá trastocado, cosa que tampoco debería de extrañarnos después de lo que ha pasado.

Tras esta lectura, compré dos obras más de Kertész, Fiasco y Diario de la galera, pero no las terminé. Quizás debería de releerlas, como he hecho estos días con Sin destino. Pero no sé… La escritura basada en el sarcasmo intelectual, que es lo que hace Kertész, me fatiga. Soy más bien un lector de emociones, me gusta sentir la humanidad de los personajes transitar por los argumentos, y me pierdo cuando me encuentro con situaciones e individuos estrafalarios e inverosímiles, creados por el autor como meros altavoces de sus reflexiones sobre la vida y la literatura.

En cambio Márai es todo lo contrario. Analista minucioso de las emociones humanas, dibuja personajes cercanos y entrañables, atrapados en el laberinto del pasado y sus valores, que los condiciona en el presente. De Márai, además de las dos obras que he citado antes, este verano leí La mujer justa, y hace unos años, Divorcio en Buda. Pero aún me quedan títulos relevantes como Confidencias de un burgués, El amante de Bolzano o Dietarios 1984-1989, en donde deja un conmovedor testimonio de la muerte de su esposa y de su propia decadencia antes de suicidarse el 21 de febrero de 1989, de un disparo en la cabeza, en San Diego, California.

Me complació pasear por las plazas y las calles por donde paseaban los dos escritores, ir a los cafés que habían frecuentado, observar la ciudad que envuelve a sus personajes, ahora tan cambiada, pero que aún conserva las cicatrices de un siglo XX convulso y lleno de horrores. Es curioso que esta ciudad, que tiene un magnífico monumento al anónimo escritor de la historia de los primeros húngaros, tenga olvidados dos de sus escritores contemporáneos más relevantes y reconocidos internacionalmente. De Márai solo supe encontrar una placa en el lugar donde había vivido antes y durante la guerra y donde escribió sus mejores obras. Un esquina de las calles Mikó y Pauler. («Márai Sándor (1900-1989) vivió aquí como destacado artista de la literatura húngara del siglo XX. Ciudadanos de la cristiandad y la familia»). El edificio en donde está la placa no tiene nada que ver con la casa de Márai, que fue totalmente destruida durante el sitio de Budapest por el ejército ruso.

 De Kertész no encontré en menor homenaje. Quizás no supe buscar suficiente. O quizás su condición de judío aún cuenta en una ciudad que desde el final de la Primera Guerra Mundial se manifestó antisemita; primero, bajo los gobiernos nacionalistas y ultraconservadores del almirante Hosthy, luego, con el partido nazi húngaro de Ferenc Szálazi —la Cruz Flechada— y el ejército alemán, y, acabada la Segunda Guerra Mundial, bajó el régimen comunista. No sé. Quizás tal solo sea que su muerte es demasiado reciente —Kertész murió en el 2016, a los 86 años— y un escritor necesita reposar más tiempo para ser homenajeado.