De Bergen a Kirkenes con Hurtigruten
La semana pasada estaba en Noruega. En un crucero por los fiordos. Un tipo de turismo que no había hecho hasta ahora y que tendré que empezar a plantearme. Porque hacer un crucero es una alternativa de viaje ideal para la tercera edad, ésta en la que me adentro inexorablemente día a día. La edad predominante de nuestros compañeros de viaje debía de estar entre los sesenta y setenta años —los que haré yo la semana que viene—; gente joven había poca, y también había personas muy mayores, tanto, que incluso algunos se movían en silla de ruedas o empleaban bastón o muletas. Sin embargo, cabe decir que, a pesar de los años, la mayoría se conservaba en buena forma y no te daba la sensación de estar en un geriátrico flotante. Eso sí, había una cierta tendencia a ocupar desde buena mañana las butacas de proa y permanecer en ellas horas y horas mirando desfilar el paisaje lentamente, con la dulce placidez de la navegación. Y esto disgustaba a Isabel, que también quería disfrutar de esos asientos de privilegio y no podía. Yo me he pasado el viaje entrando y saliendo del interior al exterior de las cubiertas para hacer fotografías y capturar la sorprendente naturaleza de la costa noruega, donde el mar y la tierra establecen una relación sinuosa y escurridiza, una especie de coqueteo o de juego del escondite, cuyo resultado proporciona paisajes de una gran belleza.
Los fiordos son profundos valles glaciares excavados por el hielo que ocupó todo el territorio escandinavo durante la última glaciación y que el agua invadió a medida que avanzaba el período postglacial y el mar subía de nivel. En Noruega todavía hay muestras de estas grandes masas de hielo que resbalan lentamente hacia abajo desde las zonas de nieves permanentes. Nosotros visitamos una en una de las excursiones que la organización del crucero ofrecía. El glaciar Svartisen, el segundo más grande del país. No había visto nunca un glaciar y su contemplación me impresionó. Dada la latitud, los glaciares noruegos no están a demasiada altura sobre el nivel del mar y eso los hace más accesibles durante el verano. Sin embargo, solo lo admiramos desde la distancia. Para poner de manifiesto la rapidez con que se funden las masas de hielo a causa del calentamiento del planeta, el guía nos contó que en el año 2.000 la lengua del glaciar llegaba hasta el pequeño lago que hay a sus pies, al final de un brazo del Holandsfjord; en la actualidad, como puede verse en la fotografía, el glaciar termina doscientos metros por encima de la orilla. ¡Un retroceso de 200 m en 18 años! A este ritmo, poca vida les queda a los glaciares europeos, imponentes testimonios de un pasado gélido al que nuestros antepasados sapiens se tuvieron que adaptar.
El barco que nos conducía de Bergen a Kirkenes, final de nuestro recorrido, era el MS Nordlys, uno de los ferris de la compañía Hurtigruten que, tanto en invierno como en verano, comunican diariamente las poblaciones septentrionales de la costa Noruega. Este servicio, que es el orgullo de la marina civil noruega, hace más de cien años que funciona y en la actualidad se ha convertido en una atracción turística. Pero el éxito de Hurtiguten ocasiona dificultades a los usuarios locales a la hora de desplazarse durante el verano, porque la mayor parte de las plazas del ferri están ocupadas por cruceristas europeos, y se quejan. Por eso, si no eres noruego, ya no puedes alargar las escalas y saltar de un barco a otro, sino que tienes que contratar un recorrido completo.
Los barcos de Hurtigruten no son muy grandes y tampoco ofrecen los lujos y servicios de los cruceros convencionales, verdaderas ciudades flotantes, con piscinas, gimnasio, salas de juego, discoteca, cine y bufet libre las 24 horas del día; pero se come bien y no tienes que soportar la aglomeración de gente que supone introducir cuatro o cinco mil personas en un barco. Nosotros no creo que alcanzásemos los quinientos y nunca tuve la sensación de formar parte de una ola humana que se abate de golpe sobre una ciudad vía marítima. La verdad es que, dadas las características de los viajeros, los había que ni siquiera bajaban del barco durante las escalas largas, y en las excursiones que hicimos, el grupo no pasó nunca de la cincuentena.
A mí la experiencia me gustó y solo lamento que se suspendiese la visita al cabo Norte a causa del mal tiempo, que, eso sí, nos acompañó durante toda la travesía. Pero por aquellas latitudes septentrionales, más allá del Círculo Polar Ártico, que cruzamos el segundo día de navegación, es lo más normal y es un iluso quien emprenda este viaje —como yo mismo hice— pensando en cielos azules y un sol rutilante en el firmamento día y noche. El sol sí que permaneció en el firmamento día y noche, pero solo lo vimos puntualmente, a través de pequeños claros que se abrían entre los nubarrones.