Wonder Wheel

Bebiendo en las fuentes de la tragedia clásica, Woody Allen nos vuelve a obsequiar con una película excelente y de ejecución tan sencilla que sorprende al espectador, que duda a la hora de valorarla. Y es que todo ha pasado tan rápido que casi no sabes lo que has visto. El drama ha sido urdido de una forma tan hábil y precisa, sin ninguna concesión al espectáculo, es tan austero, que no parece una película, sino una obra teatral filmada. Y encuentro que éste su gran acierto. Convertir la peripecia de este puñado de personajes reunidos alrededor de la popular playa de Coney Island, al sur de Brooklyn, en una tragicomedia de una gracilidad de ballet.

Allen coge a una actriz fracasada (Ginny-Kate Winslet) con un hijo pirómano, a un vigilante de playa con vocación de poeta (Mickey-Justin Timberlake), a un viudo resentido con su hija porque, al morir la madre, lo dejó tirado para casarse con un gánster (Humpty-Jim Belushi) y a la hija casada con el gánster (Carolina-Juno Temple) y crea un drama, que también podría ser una comedia si no fuese por el desenlace final. Y esta falta de concreción, tan propia del autor, es la que despista al espectador y lo hace salir del cine con la sensación de no saber qué decir. Una vez más Woody Allen nos desconcierta con una pirueta de las suyas para mostrarnos lo cerca que está la felicidad de la tragedia, la comedia del drama.

La esperanza de rehacer su vida de las dos mujeres de la historia, Ginny y Carolina —la primera, madura, que ve la posibilidad de dejar atrás sus frustraciones, y la otra, joven, ilusionada en un amor que le haga olvidar el desacierto de su primer matrimonio—, converge en Mickey, y entonces se desencadena el cúmulo de sentimientos que darán paso a la tragedia. El ritmo trepidante de las escenas, la viveza de los diálogos, la buena interpretación de Kate Winslet y Jim Belushi y una magnífica fotografía de Vittorio Storaro, que contribuye con sus tonos cálidos a acentuar la atmosfera bochornosa y tensa del pequeño apartamento junto a la noria del parque de atracciones de Coney Island donde transcurre la mayor parte del film son los elementos básicos que Woody Allen conjuga para crear este nuevo drama femenino.

Una película ligera, inteligente y entretenida, con la que se pone de manifiesto una vez más el talento de un creador incansable que los años no marchitan ni le hacen perder frescura.