A pie por la Costa Brava

De Blanes a Lloret de Mar. Anexo.

Una semana después de haber hecho el tramo Blanes-Lloret de Mar solo, lo repito acompañado de Isabel con el fin de mostrarle los lugares de mayor interés. Vamos en coche, que aparcamos en la cala de Sant Francesc.

Empezamos descendiendo al arenal de la cala con el propósito de recorrer el camino de ronda que parte desde aquí en dirección a Lloret y que he leído que el Ayuntamiento de Blanes ha abierto este verano tras arreglarlo. No sé hasta dónde llegará, porque la urbanización de este tramo de costa ha sido tan intensa que un recorrido íntegramente por el litoral ya no es posible.

Cala de Sant Francesc

Pero, ¡oh, sorpresa!, nada más comenzar nos encontramos una reja con candado que nos impide el paso. El camarero del restaurante que hay en la playa, y que de buena mañana sirve raciones de gambas y cigalas que me abren el apetito, desmiente la noticia de la abertura del camino de ronda y nos insta para que nos quejemos al Ayuntamiento. “Hace ya ocho años que está cerrado. Es una lástima. Cada verano dicen que lo arreglarán y lo prolongarán hasta la playa de Santa Cristina, pero no lo hacen”. Desilusionados y con Isabel refunfuñando porque debía haberme informado mejor antes de traerla hasta aquí, abandonamos la playa y nos dirigimos hacia el castillo por las rampas de la urbanización, donde aún hay grúas que indican que la construcción prosigue. Desde el mirador de la pequeña ermita de Sant Francesc contemplamos la cala y el áspero diálogo entre la montaña y el mar de este sector de costa.

Afortunadamente, la ascensión al castillo de Sant Joan complace a Isabel y deja de refunfuñar. Las vistas sobre Blanes, el delta del río Tordera y el litoral del Maresme, así como las del interior, con el corredor Prelitoral y el Montseny al fondo, son espléndidas y, a pesar del día nublado, nos quedamos un rato. Desde aquí vemos, coronando un cerro, el conjunto que forman la ermita de Santa Bàrbara, la torre de vigilancia y la casa del ermitaño, nuestro próximo objetivo.

Desde el castillo de Sant Joan a la ermita de Santa Bàrbara existe un sendero que en diez minutos te sitúa en el collado, y desde aquí subes por una pista asfaltada que pasa junto a los depósitos de agua de la urbanización. Una vez arriba nos encontramos con un montón de pequeños excursionistas instalados en la casa del ermitaño, que se ha convertido en refugio, y la ermita abierta. Este punto elevado también ofrece buenas vistas sobre la hondonada de Sant Francesc y la depresión Prelitoral, el Montnegre y el Montseny; la montaña de Sant Joan nos oculta la línea de costa y solo nos deja ver la parte de Blanes que se ha extendido hacia el interior.

Muntanya de Sant Joan i Blanes

Descendemos de Santa Bàrbara y vamos a buscar el coche para dirigirnos al próximo objetivo: los jardines de Santa Clotilde. Circulando en coche me doy más cuenta que andando de la cantidad de chalés que se han llegado a construir entre Blanes y Lloret. La velocidad los compacta y hace el recorrido más antipático. Los jardines ocupan un promontorio entre las playas de Sa Boadella y de Fenals. Josep Pla habla ampliamente de ellos en La Costa Brava, editado por Destino, con fotografías de Català Roca. De hecho, ha sido en releer las páginas del libro que me entró el deseo de visitarlos.

La edad comporta ciertos privilegios y uno de ellos es la reducción en la tarifa de entrada a Santa Clotilde. Lo agradezco bromeando con las recepcionistas. Como me ven bien informado, me aclaran algunas dudas. La finca sigue siendo propiedad de la familia Roviralta, que ha construido dos casas más a parte de la que hizo levantar el doctor Raül Roviralta, y que casualmente he visto que ahora se alquila para celebraciones. Los jardines los cedieron al Ayuntamiento de Lloret, que es quien los mantiene y explota. Y recientemente han vendido una de las casa, la más moderna, construida en el llamado Estilo Internacional, línea Mies van der Rohe. Todo esto me hace pensar que la estirpe del marqués de Roviralta de Santa Clotilde no debe de pasar por su mejor momento.

Jardins de Santa Clotilda

A diferencia de los jardines de Marimurtra y de Pinya de Rosa, los de Santa Clotilde no son ricos en especies vegetales, sino que su gracia está en el diseño. Cipreses, pinos, cedros, tilos, álamos, lentiscos, durillos, adelfas, pitósporos y toda una serie de arbustos apropiados para crear volúmenes, recortándolos, se combinan con caminos, terrazas, rampas, escaleras, fuentes, estanques y esculturas para construir un espacio armonioso con el mar Mediterráneo de telón de fondo. En el folleto los califican de jardines renacentistas y, ciertamente, por la sensación de decadencia que transmiten, evocan un pasado que el neoclasicismo novecentista hizo revivir. De esta época son sus artífices: el arquitecto y paisajista Nicolau Rubió i Tudurí, discípulo de Jean Claude-Nicolas Forestier, la escultora Maria Llimona y el pintor Domènec Carles, amigo del doctor Roviralta.

A Isabel, la ubicación y las dimensiones de los jardines la entusiasman y se propone recorrerlos de arriba abajo y de este a oeste, no quiere dejarse ni un metro por pisar. De modo que, siguiendo el trazado entrecruzado de escaleras y caminos, empezamos a ir de aquí para allá durante un buen rato. Y como no tiene ni pizca de orientación, me hace pasar dos y tres veces por el mismo sitio. En este ir y venir descubrimos un rincón de hierba segada que da directamente sobre Sa Boadella, con unas sillas de jardín que parece que nos estén esperando. Nos instalamos en ellas y nos comemos los bocadillos cómodamente, contemplando el bello paisaje litoral. Estamos solos; el cielo ha acabado cubriéndose del todo, hace fresco y empieza a soplar viento. El otoño ha llegado de golpe.

Gracias a Isabel, salgo de los jardines con un conocimiento profundo de su geografía. Son las tres y le propongo llegarnos a la playa de Fenals. Acepta, pero fiel a sus principios de no caminar por urbanizaciones, me hace llevarla en coche los 300 metros que nos separan del punto desde donde parte el camino que nos conducirá a la arena. Hoy la playa está desierta; únicamente un joven se entretiene haciendo correr a su perro tras una pelota. La semana pasada la gente tomaba el sol en bañador e incluso había quien se bañaba.

Llegamos al final de la playa y la convenzo de subir al castillo de Lloret a pesar de que tenemos que dar un rodeo por una calle asfaltada, entre una plazoleta y unos adosados en construcción y subir por una escalinata ajardinada bastante deteriorada. El recinto del castillo está cerrado ―abrían hasta las tres. Vuelve a refunfuñar porque yo estuve aquí la semana pasada y no me fijé en los horarios. Pero ya que hemos subido, nos llegamos hasta cala Banys, en donde dice que de allí no pasa. “Pero si ya no queda nada para llegar a Lloret”, le digo. “No se me ha perdido nada en Lloret”, me responde. Y añade: “Seguro que es horrible”. Y no le puedo decir que no.