Lo he vuelto a leer. No me he podido sustraer al vigor y a la belleza de la obra de John Williams. Abrí Butcher’s Crossing para documentarme sobre tabernas rurales americanas del siglo XIX —recordaba que describe una justo al principio— y ya no pude parar de leer hasta el final. Y no me importó que ya conociera el desenlace, porque lo que leía trascendía la anécdota de un desenlace.
En una nota anterior ya hablé de John Williams y de su obra, y de la casualidad que hizo que la descubriera (28-10-2015). Desde entonces he releído Stoner i Butcher’s Crossing, y si en una primera lectura me fascinaron, en la segunda la fascinación se ha mantenido y se ha incrementado la admiración por su autor, un hombre humilde y discreto, entregado a la literatura hasta su muerte.
Butcher’s Crossing (1960) es la historia de una iniciación, la del joven William Andrews, y de una decadencia, la de Miller y todos los cazadores de bisontes, que en el año 1873 —momento en que se sitúa la narración— casi habían acabado con todas las manadas salvajes de las praderas americanas. También es un canto a la vida en libertad de los hombres que se lanzaron a la colonización de los territorios del centro y el oeste de los Estados Unidos y a la naturaleza grandiosa y salvaje de estos territorios, que obliga a quienes se aventuran en ella a gestas impensables. Es la nostalgia de un tiempo pasado y, a la vez, la velada lamentación por una de las tantas y tantas acciones insensatas del ser humano sobre el mundo en que habita.
Miller conduce al joven William Andrews, un estudiante de Boston en busca de experiencias vitales, a Charley Hoge, un viejo bebedor a quien falta una mano, y a Schneider, especialista en despellejar bisontes, hacia un valle remoto de las montañas de Colorado donde diez años atrás, por casualidad, localizó una gran manada de bisontes, que quizás sea la última. Tras un penoso viaje, la encuentra de nuevo, pero la matanza emborracha a Miller y la permanencia en el valle se prolonga a pesar de haber reunido más pieles de las que podían transportar. Entonces, una gran nevada de finales de verano los sorprende, bloquea el único paso hacia la llanura y los atrapa en las montañas, en donde tienen que subsistir casi sin recursos, en medio de la nieve, hasta la primavera siguiente.
Desde el principio la prosa elegante y minuciosa de Williams nos dibuja la situación, el marco y los personajes con maestría y nos introduce en el corazón de la historia a través de la epopeya del largo viaje desde Kansas a las montañas de Colorado de los tres hombres a caballo y el viejo Charley Hogue conduciendo un carro tirado por cuatro parejas de bueyes. Durante el trayecto, el paisaje va cobrando importancia en el relato, pero no es hasta que llegan al valle suspendido entre montañas y encuentran la manada de bisontes que la naturaleza lo captura definitivamente y pasa a ser el quinto protagonista, al cual Williams dedica los pasajes más admirables. Unos diálogos sobrios, inseridos en el transcurso de las acciones más cotidianas del día a día de los cazadores, ayudan a crear una sensación de realismo que acerca la ficción literaria a la crónica antropológica de un estilo de vida del viejo oeste americano.
Por todo esto y por otras muchas cosas que cada lector puede descubrir, Butcher’s Crossing es un relato de frontera magnífico y diferente, un relato en el que la violencia no se focaliza entre hombres aventureros, sino entre hombres y naturaleza. Una obra excelente que transida de la búsqueda juvenil de experiencias al descubrimiento de la trágica absurdidad de la vida, que, a pesar de todo, vivimos.