Cortes y Plegados

Exposición fotográfica de Elisabet Mabres

Elisabet Mabres no podía hacer su primera exposición de fotografía en una galería o un espacio cultural a pie de calle, adonde se pudiese llegar andando o en transporte público, no. Ella tenía que hacerlo más original y complicado, y el día de la inauguración nos ha mandado a todos de excursión por el macizo de Garraf a buscar un valle remoto, en medio del roquedo calcáreo más agujereado de Catalunya, en donde está la masía Vallgrassa, una antigua explotación vitivinícola y ganadera reconvertida en el Centre Experimental de les Arts. Allí ha colgado una treintena de fotografías bajo el título de Cortes y Plegados.

La exposición consta de una serie de fotografías aisladas y otras relacionadas entre sí por un hilo conductor que parte de una visita nocturna a una zona industrial, en donde naves cerradas y silenciosas bajo la luz mortecina de la farolas nos conducen a interiores inquietantes que abrigan delirios y pasiones. Cuerpos que al penetrar en un espacio indefinido dejan un rastro de zapatos y prendas de vestir que, si seguimos, nos lleva a desnudos insinuados, confusos, medio ocultos por máscaras y otros elementos que sugieren extravíos y perversión.

Este retrato tenebrista de un hombre desnudo que reposa sentado y nos mira con unas bragas en la cabeza resume la atmosfera perturbadora que la artista quiere evocar.

Naturalmente, esto es mi composición de lugar a partir de las pistas que Elisabet nos da. Porque ella deja el relato abierto a la imaginación del espectador, que puede interpretarlo a tenor de sus fantasmas. (Porque todos tenemos nuestros fantasmas). Busca pulsar la parte oscura del observador con objetos, luces y formas que insinúan más que dicen y que permiten diferentes versiones, aunque todas dirigidas a traspasar los límites de lo que es convencional y cotidiano. Unos verán una orgía, otros el escenario de un crimen, o el encuentro de los amantes, o la soledad desesperada de alguien atrapado en el interior ―¿de qué?; no se termina de saber.

La exposición se completa con un vídeo en el que el relato, desplegado en la penumbra de un rincón, toma más sentido, y las imágenes, aisladas del fondo blanco de la pared y secuenciadas, adquieren más fuerza y poder de sugestión. La sonorización también contribuye a crear el ambiente transgresor que la artista quiere que percibamos.

Y al salir a la luz del sol invernal, todo vuelve a su lugar, respiras el aire puro y contemplas el paisaje áspero de Garraf, salpicado de carrizos, palmitos y pinos consumidos por la sed, adonde Elisabet, con su energía desbordante de creatividad, nos ha conducido para admirar su arte. Y llegas a sentir que el interior oscuro de su relato y este paraje abrupto y aislado se complementan y que no ha sido desacertada la elección.

Después, hemos bajado juntos y hemos comido en el pueblecito de Garraf, y hemos brindado varias veces no sé muy bien por qué. Excusas por el placer de compartir.