Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski

No soy un erudito, ni un crítico literario; soy un lector que, además, practica la escritura. Esto hace que mi mirada quizás vaya un poco más allá que la de un simple lector, pero tampoco mucho más. Digo esto para situar mi punto de vista antes de emprender una reflexión sobre la lectura de Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski.

Creo que fue Mark Twain quien dijo que un clásico es un libro del que todo el mundo habla pero que nadie ha leído. Y, en parte, creo que no le falta razón. El problema de los clásicos, o de una parte de los títulos considerados como clásicos, es el paso del tiempo. Libros concebidos y escritos en una época, para lectores de aquella época, difícilmente satisfacen a los lectores actuales, con parámetros socioculturales muy distintos. El verano pasado leí a Stendhal —La cartuja de Parma y Rojo y negro— y, a pesar de encontrar páginas magistrales, me aburrió. Con Crimen y castigo me ha pasado lo mismo. Después de la primera parte, en la que Rodion Raskólnikov planea y ejecuta su crimen, me he perdido en el laberinto literario de Dostoievski con personajes que entran y salen del relato y un protagonista que, asustado por el acto que ha cometido y atormentado por el remordimiento, lo que significa el fracaso de su propósito teórico, se debate entre el delirio y la locura de forma reiterada y agotadora para él y para el lector.

Sin embargo, no me arrepiento de haber vuelto a leer una novela que leí de joven y que, entonces, me causó un fuerte impacto por lo que tenía de descubrimiento de una literatura intensa y poderosa, basada en el retrato psicológico del protagonista. Más maduro, creo que puedo valorar los aciertos y desaciertos de Crimen y castigo con más criterio y menos respeto por su condición de clásico. Porque, la verdad, a pesar de padecerla en determinados momentos, también he podido disfrutar de capítulos magistrales, como el tercero y el cuarto de la sexta parte, en los que Raskólnikov y Svidrigáilov se enfrentan dialécticamente una vez más.

El talento y la fuerza de la prosa de Dostoievski se ponen de manifiesto en el dibujo de los personajes, en la atmosfera opresora de miseria que rodea al protagonista, en los diálogos, en la sutileza de la idea que desencadena el drama…; de todo esto he podido aprender. Ahora bien, a mi parecer, se trata de un relato desmesurado, que se alarga hasta la exasperación con idas y venidas del protagonista de aquí para allá, confundido, enloquecido, enfermo, debatiéndose entre confesar su crimen o justificarlo, entre admitir su mediocridad o reivindicar una superioridad de espíritu que le permita estar por encima del crimen que ha cometido. Pero no, una cosa es la teoría y otra la práctica, y las víctimas le pesan en la conciencia como no se podía imaginar que pudiese pasar.

 Quizás la largada excesiva de Crimen y castigo responda al hecho de que inicialmente se publicó por entregas en la revista El mensajero ruso y su éxito pedía estirarla tanto como fuera posible. En aquella época, 1866, Dostoievski estaba ahogado de deudas y necesitaba el dinero que recibía por la publicación de la novela. Quizás es por esto. O quizás tan solo es el resultado de la exuberancia del autor, de su escritura desbordante, que acumula frases y más frases sin freno aunque esto signifique la reiteración de situaciones y emociones. No lo sé. Pero la sensación que me ha producido la novela es de exceso.

No obstante, celebro haber tenido la paciencia suficiente para haber superado los momentos difíciles y asistir al despliegue de los recursos literarios, de la capacidad narradora y de la profundidad psicológica de uno de los grandes autores de la literatura del siglo XIX. Su prosa es vigorosa y la trama intensa, los personajes, convincentes y humanos, de emociones desbordantes en unos casos, o cínicos y astutos en otros, y el fondo de la novela plantea el conflicto moral eterno sobre la cuestión de si el fin justifica los medios, a la vez que invoca la redención a través del amor. Todo un posicionamiento de un hombre sensible e inteligente preocupado por el destino de Rusia y de la humanidad.