Downton Abbey

Hará cosa de un mes me hice instalar fibra óptica porque tenía problemas con el wifi de la ADSL, y asociado con el cambio de tecnología había una oferta de Movistar que incluía TV. Y la contraté.

Esto me ha permitido acceder a un gran número de canales de TV, películas y series que, si no tuviese nada más que hacer, me llenarían todas las horas del día y de la noche de plácido entretenimiento; es decir, que podría reducir mi existencia a estar sentado en el sofá y consumir películas, documentales, capítulos, noticias, deportes y programas diversos, deteniéndome solo para dormir; porque comer podría hacerlo igualmente ante el televisor. Pero no lo hago y me limito a explorar y degustar en momentos puntuales las recomendaciones que, desde hace tiempo, he ido recibiendo de amigos y conocidos ya iniciados en el consumo a la carta de productos audiovisuales. 

Una de las recomendaciones que recibí con mayor insistencia, sobre todo por parte de Isabel, fue la serie inglesa Downton Abbey, que la tuvo enganchada durante varias semanas. Un amigo se la grabó entera, de la temporada 1 a la 6, y cada día antes de acostarse veía un capítulo o dos. Y es lo que me ha pasado a mí también. La vida ficticia de sus personajes se ha incorporado a la mía real y durante un rato comparto diariamente sus vicisitudes con placer.

Downton Abbey está inspirada en una serie inglesa de los años setenta que también veía gusto: Upstairs, Downstairs, y que TVE pasó con el título de Arriba y abajo. Ambas series presentan la vida cotidiana en una mansión inglesa a principios del siglo XX en la que conviven los señores y el servicio, unos en los suntuosos salones y dormitorios, rodeados de familiares y amigos, y los otros en el sótano y en el desván, donde están la cocina, la despensa y las salas y habitaciones de la cocinera y sus ayudantas, el mayordomo, el ama de llaves, los lacayos, las doncellas y el resto de la servidumbre. Dos mundos muy distintos que se complementan y que comparten techo y acontecimientos familiares e históricos desde distintas perspectivas. 

La trama de Downton Abbey gira en torno a una familia de la aristocracia rural inglesa, la familia Crawley, condes de Grantham, y su falta de descendencia masculina, cosa que pone en riesgo su posición social y económica, ya que título y patrimonio solo se transmiten por línea masculina. Esto da un especial protagonismo a la hija mayor, Mary, y a un heredero procedente de la clase media, Matthew, durante las tres primeras temporadas, en las que tampoco faltan pretendientes, más o menos adecuados, que rondan a las tres jóvenes.  Y es que uno de los aciertos de creador de la serie —el guionista Julian Fellowes— ha sido jugar con las señoritas Crawley del mismo modo que lo hace Jane Austen con las hijas de aquella aristocracia rural a caballo de los siglos XVIII y XIX que tan bien conocía y que reflejó en deliciosas novelas como Sentido y sensibilidad (Sense and Sensibility, 1812) u Orgullo y prejuicio (Pride and prejudice, 1813).

El acierto en la mayoría de los hilos argumentales que se deshilvanan a lo largo de la cincuentena de capítulos que suman las seis temporadas, una puesta en escena espléndida y unas interpretaciones excelentes, especialmente la de Maggie Smith en el papel de Violet Crawley, dan como resultado una serie elegante y fascinadora que vale la pena ser vista por aquellos que disfrutan más de los dramas humanos que de las tópicas intrigas policíacas con asesinos en serie y traficantes de drogas, las comedias bobaliconas o los relatos de acción con mamporros y sangre a porrillo. En estos momentos convulsos, mirar Downton Abbey resulta balsámico.