El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa

A principios de la década de los setenta, cuando la novela latinoamericana estaba de moda, yo estudiaba Filología Hispánica en la UB y me matriculé de una asignatura que se llamaba Novela Hispanoamericana. La daba la doctora Violant, una mujer delgada y amable, que escondía su timidez tras una sonrisa permanente y que solía vestir blusas de colores claros, chaquetitas de punto y largas faldas plisadas de cuadros escoceses pasadas de moda. Con su guía conocí la obra de Rómulo Gallegos, Ernesto Sabato, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, José Eustasio Rivera, Jorge Luis Borges, Arturo Uslar Pietri, Juan Carlos Onetti y, naturalmente, a los cuatro grandes nombres del llamado boom latinoamericano: el argentino Julio Cortázar, el colombiano Gabriel García Márquez, el mejicano Carlos Fuentes y el peruano Mario Vargas Llosa.

De Vargas Llosa leí su primera obra: Los jefes (1959), La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966), Los cachorros (1967), Pantaleón y las visitadores (1973) y El hablador (1987); luego, su entrada en política defendiendo postulados liberales de centroderecha y aliándose con los oligarcas del país, me lo hizo antipático y dejé de seguirlo. Y si lo he vuelto a leer es por mala conciencia. Pero no sobre mi opinión respecto a él, sino porque la novela El sueño del celta (2010) me la regalaron unos amigos que veo a menudo y me sabía mal no poderles decir nada de ella. De modo que, dejando de lado la antipatía, la cogí del estante y puse a leerla.

Y de nuevo la prosa precisa y fluida de Vargas Llosa me atrapó. Pero lo que más me enganchó de la novela fue el tema. En El sueño del celta, el autor relata la vida de Roger Casement, un irlandés idealista que, de muy joven, fue a África, en donde conoció al explorador Stanley, con quien, entre 1884 y 1885, colaboró en la exploración de la cuenca del río Congo bajo el patrocinio de Leopoldo II de Bélgica. Pero las buenas intenciones que le llevan al África negra chocan con la realidad y en 1989 regresa a Inglaterra decepcionado y con un propósito: desenmascarar lo que está pasando en la colonia belga del Estado Independiente del Congo. En el año 1903 Roger Casement vuelve al Congo belga como cónsul británico y, por encargo del Foreign Office, elabora un informe en el que pone al descubierto la crueldad con que actua sobre la población indígena la compañía belga que explota los árboles del caucho de la selva congoleña. Castigos brutales, raptos, mutilaciones, asesinatos, todo vale a fin de obligar a cumplir los cupos de caucho que los trabajadores, reclutados en los poblados bajo coacción o directamente por la fuerza, tienen asignados.

Es el nacimiento de la industria del automóvil y la demanda de caucho se dispara. El látex se paga a precio de oro y allí en donde hay bosques de Hevea se desencadena una verdadera fiebre del caucho. Y Roger Casement, que ha obtenido una gran popularidad a raíz del informe sobre el Congo, es enviado de nuevo por el Foreign Office para informar de una situación de explotación parecida en la región del Putumayo (Perú). La visita a la selva amazónica lo vuelve a poner en contacto con la brutalidad humana más extrema, y, a costa de arriesgar la salud y la vida, consigue reunir evidencias suficientes para redactar un informe demoledor. Sus superiores del Foreign Office lo felicitan y Gran Bretaña lo cobre de honores y le otorga el título de sir. Pero a lo largo de este tiempo, Casement ha reflexionado sobre la libertad de los pueblos y el dominio colonial, y no puede evitar establecer un paralelismo con la situación que vive el pueblo irlandés. A partir de aquí, Roger Casement  se convierte en un ferviente nacionalista y lucha contra el país al que ha servido y que le ha proporcionado títulos, fama y dinero. Estamos en el marco de la Primera Guerra Mundial y los británicos le hacen pagar cara la traición.

Roger Casement es un personaje real, que vivió a caballo de los siglos XIX y XX. Tras sufrir una campaña difamatoria y morir ignominiosamente en una prisión de Londres, su cadáver fue repatriado a Irlanda en el año 1965, donde centenares de miles de personas desfilaron ante su féretro. Fue enterrado en el cementerio de Glasnevin, en Dublín, y Éamonn de Valera, héroe nacionalista y, por entonces, presidente de la República de Irlanda, dijo unas palabras en su honor.

El sueño del celta es un relato biográfico documentado y emotivo sobre un hombre atormentado que lucha tenazmente contra la injusticia y en favor de la libertad de los pueblos. Es curioso cómo el posicionamiento crítico del Vargas Llosa escritor con el colonialismo expoliador y con todo lo que le va asociado que muestra en esta novela, convive con el político conservador y el intelectual que se integra en la jet set y llena las páginas de las revistas del corazón. A esto se le llama tener una inteligencia dúctil, capaz de evolucionar i adaptarse a los vientos que soplan. Precisamente todo lo contrario de su personaje. Quizás por esto lo retrata con tanta admiración.