Llegó un momento que Josep Maria Beà dijo: “¡Basta, ya no dibujo más!” Era allá por los años noventa y desde hacía más de una década había alcanzado el reconocimiento internacional como autor de cómics y había pasado a coeditar la revista Rambla, una de las más prestigiosas del momento y en la que publicaban algunos de los mejores dibujantes españoles. A partir de este “¡Basta!”, su actividad se diversificó y empezó a construir maquetas de naves espaciales, escribir novelas, experimentar con el ordenador con encargos editoriales y publicitarios, a tocar la guitarra y a componer música. Y yo me preguntaba cómo alguien con aquella capacidad tan extraordinaria de plasmar realidad y fantasía a base de trazos sobre el papel podía renunciar a ejercerla y a seguir maravillándonos. Y a pesar de hablarlo con él en más de una ocasión, nunca llegué a comprender aquella deserción de una actividad en la que sobresalía.
Con los años y a la vista de su obra reeditada, creo que lo comprendo, y aún lo admiro más por la honestidad y madurez que demostró al tomar aquella decisión. Dibujante profesional desde los catorce años, luchando para encontrar un estilo propio hasta lograrlo y, a continuación, ponerlo al servicio de su mente inquieta e imaginativa, después de experimentar con todos los registros posibles del dibujo, desde el realismo minucioso a la caricatura ácida pasando por la abstracción, y de tocar temáticas y formatos diversos como historietista, llegó un momento que no había más retos. Había hecho todo el recorrido que tenía que hacer y seguir significaba embrutecerse reproduciéndose a sí mismo. Tocaba cerrar una etapa de su vida a la que se había dedicado en cuerpo y alma desde la infancia; primero, dejándose seducir por un lenguaje y, luego, aprendiéndolo y utilizándolo con maestría. Ya no podía dar nada mejor en este campo. Lo intuyó y en una muestra más de inteligencia, guardó el lápiz en el plumier, puso el tapón a la botellita de tinta china, apagó el flexo y abandonó el estudio de dibujante de cómics.
La reciente publicación del libro Josep Maria Beà. El hombre de los mil estilos (Trilita Ediciones. Barcelona, 2017), en el que se recoge la mayor parte de la obra que publicó bajo firmas diferentes durante los años ochenta y donde se muestra su recorrido estilístico huyendo de su propio sello, me ha hecho enteder finalmente su retirada profesional. Y, ahora, el acierto de esta retirada a tiempo da sus frutos. Porque en la obra de Josep María Beà no hay ni un solo signo de cansancio que la devalúe; es una obra tensa y vigente, que pone de manifiesto su gran talento y que, a pesar del tiempo transcurrido desde su creación, está obteniendo críticas excelentes y el eco mediático que se merece un artista como él.
¡Enhorabuena amigo Beà!