La Muralla, de Josep Maria Beà

Estas Navidades he vuelto a regalar un Beà a mi hijo y a mi sobrino. No he podido sustraerme al gozo de compartir una obra de arte en su género. Considero que, te guste más o menos el cómic, tener un álbum de Josep Maria Beà en las manos enriquece, es como contemplar un Picasso o un Canaletto, o escuchar una sonata de Mozart o una canción de Ruibal. Porque el arte, el buen arte, sea en la disciplina que sea, enriquece a su receptor. Por eso les regalé La Muralla, para que disfrutasen con la lectura y contemplación de esta nueva versión a cargo de Trilita Ediciones, que el autor ha vuelto a colorear de forma exquisita.  

En la presentación de La Muralla, Beà nos contó que la obra responde al propósito de abordar el dibujo de una historieta con el método de la escritura automática de los surrealistas; es decir, arrinconar el pensamiento consciente a la hora de construir el argumento y dar forma a los personajes y dejar fluir libremente el subconsciente en un intento de dejar a un lado los filtros sociales y culturales que actúan sobre nuestra voluntad. Beà, que siempre ha sido un gran admirador del surrealismo, de este modo adopta una de sus técnicas creativas más genuinas y, a partir del momento que deposita la punta del lápiz sobre el papel, corta el paso a la reflexión diurna y se deja arrastrar por el flujo profundo de las emociones y designios más oscuros.

Gatoni, su alter ego felino, es el protagonista de este experimento que da algunas de las páginas más inquietantes y sugerentes de Josep Maria Beà, y con las que explora una vez más sus grandes temas: los límites de la sexualidad y la lujuria, la represión educativa, el dilema entre la transgresión creativa y la moral pequeñoburguesa, la fascinación por la encarnación de la Muerte, la deformación monstruosa como una forma de humor… Gatoni, sin saber cómo ni por qué, se ve extraído de una realidad plácida y feliz para encontrase de pronto a bordo de una extraña nave con seres procedentes de otros mundos tan desconcertados como él. Nadie sabe que está haciendo allí, ni hacia donde van. Y en este viaje sin destino —clara metáfora de la vida— se suceden situaciones y aventuras fantasiosas que hurgan en el subconsciente del autor y extraen de él lo que no se ve, la cara oculta que todos escondemos, llena de nuestros secretos más inconfesables y con los que tenemos que convivir. 

Una vez más, el talento de mi amigo Beà convierte una obra de género menor en una pieza de arte.