La villa medieval de Moya

Quizás os preguntéis —al menos yo me lo pregunto— por qué en los momentos de tensión e inquietud que vivimos en Catalunya me dedico a escribir sobre viajes y caminatas, exposiciones y monumentos, en lugar de hacerlo sobre la actualidad.

Tras reflexionar, llego a la conclusión que: primero, ya se escribe y se habla bastante sobre la actualidad, y creo que no vale la pena que yo incida en ella. Además, no tengo ni la vocación ni los conocimientos de la mayoría de los que lo hacen, y mi análisis siempre será más intuitivo y emocional que el suyo, y, por tanto, de un valor relativo. Segundo, precisamente escribir sobre temas intrascendentes, sobre sosas que adornan la vida y la hacen más agradable, es una manera de dejar escapar un poco de vapor de la olla que hierbe a nuestro alrededor y que, al menos a mí, me desasosiega y angustia como una enfermedad. Porque, la verdad, ver cómo el Estado español y sus cómplices maltratan de palabra y obra a mi país y a sus ciudadanos es algo que me causa una profunda tristeza, a la vez que me indigna. Constatar que España todavía está regida de forma semifeudal por familias entroncadas con la nobleza más rancia y por la nueva nobleza de los negocios, rodeadas de instituciones consagradas a perpetuar sus privilegios, es para desesperarse. Comprobar que la democracia española es una democracia de azúcar que se deshace cuando se calienta un poco, decepciona y asusta; sobre todo porque lo que se descubre tras la capa azucarada es un rostro autoritario con tics fascistas, que miente sin rubor, manipula, conspira y ataca con un encarnizamiento cargado de odio a un enemigo previamente demonizado. Y este enemigo somos los catalanes que no queremos vivir regidos por un Estado de estas características y queremos huir de la deriva hacia la nada a la cual nos dirigen un puñado de vividores y corruptos.

Dicho esto, os hablaré de la villa conquense de Moya, sujeto de un marquesado que, junto con otros 36 títulos nobiliarios más ostenta el actual duque de Alba, el señor D. Carlos Juan Fitz-James-Stuart y Matínez de Irujo, título heredado de su madre, la difunta Cayetana de Alba.

Nada más poner los pies en Ademuz Isabel y yo, Enric, como buen historiador que es, nos quiso llevar a una de las joyas de sus alrededores: la villa de Moya. Y en veinte minutos de coche llegamos a ella.

Realmente valía la pena. Coronando un pequeño cerro alargado a cuyos pies se extienden campos, yermos y varios caseríos hay las ruinas de lo que fue la villa medieval de Moya, fundada bajo los auspicios de Alfonso VIII de Castilla y favorecida por Fernando III el Santo con la concesión de fueros y privilegios. Se trata de un recinto amurallado que contiene un castillo-fortaleza en el extremo meridional del cerro y un conjunto de edificios civiles y religiosos que ocupan la superficie llana de la cumbre. De todo el conjunto, se ha consolidado parte del castillo (s. XII-XIV) y se ha restaurado la iglesia de Santa María la Mayor (s.XII-XIV) —abierta al culto—, la iglesia de la Trinidad (s. XII-XIII), el convento franciscano de la Concepción (s. XVII) y el antiguo depósito de grano municipal, ahora convertido en Ayuntamiento. Esto es lo que se puede ver entero o casi, pero todo el conjunto monumental arqueológico, materializado en vanos de muralla, restos de muros, arcos, columnas, suelos empedrados y montañas de derrubios, integra cuatro recintos amurallados con ocho puertas de acceso, cuatro iglesias más a parte de las mencionadas, dos hospitales, la plaza Mayor, una quincena de calles empedradas y La Coracha (s. XIV-XV), un recinto amurallado más con dos torres que desciende por la vertiente del cerro y protegía un manantial de agua.

Mientras recorremos la parte alta de la pequeña muela y admiramos el conjunto de ruinas, el sol se pone y las piedras históricas adquieren un tono dorado magnífico. Desde allí arriba vemos los caseríos de Santo Domingo y Pedro Izquierdo, al norte, y el de los Huertos, al sur; el del Arrabal asciende, medio abandonado y sombrío, por la vertiente oriental del cerro; son los cuatro barrios que componen actualmente el municipio de Moya. En este último hemos dejado el coche y bajamos a buscarlo con la mirada llena de paisaje castellano.

Mi manía fotográfica fuerza a Enrique a dar un rodeo para ir a buscar el lado de poniente de la elevación a fin de capturar el conjunto monumental con la luz tornasolada del anochecer. Me complace; tras lo cual regresamos a Ademuz por la CUV-5003 y la N-330, que es por donde hemos venido.