Litoral de Mallorca

Cala Figuera y Cala Santanyí

Ayer descargué en el ordenador las fotos de Mallorca. A medida que van pasando las imágenes de la tarjeta al disco duro el programa me permite verlas un momento. Y en pocos minutos discurrieron ante mí los dos meses que he pasado en Son Bauló y todo lo que Isabel y yo hemos hecho. Paseos junto al mar, baños al atardecer, puestas de sol, salidas de luna, que tanto le gustan, el huerto y su producción, comidas con amigos, acontecimientos a los que hemos asistido…

Este año dejé la cámara en casa en más de una ocasión pensando que el lugar al que íbamos lo tenía más que fotografiado. Y casi siempre he acabado lamentándolo, porque a pesar que el paisaje sea el mismo, no lo es el momento, y de pronto veo un cielo nublado que querría capturar, o un motivo interesante, o un contraluz inesperado. Entonces me enojo conmigo mismo per haber sido perezoso.

Con el rápido desfile de imágenes del verano me he dado cuenta de que el lugar donde disfruté más de lo que se me ofrecía a la mirada y que fotografié con más entusiasmo y profusión fue Cala Figuera, en la costa de Santanyí. Lo preciso porque, que yo sepa, en Mallorca hay tres Cala Figuera, la que está en la península de Formentor, la del término de Calvià y ésta de Santanyí, a mi parecer, la más bella de todas a pesar de no tener ni un solo grano de arena y estar edificada. Pero en este caso las edificaciones no molestan, al contrario, los varaderos y las pequeñas casas junto al mar le confieren un encanto único y te recuerdan que, antes del boom del turismo, en la costa de Mallorca había pescadores. Y al menos allí aún los hay. Un pequeño puerto pesquero con varias embarcaciones de arrastre dan testimonio de ello.

Cala Figuera es un puerto natural excelente, un abrigo de más de 700 m de profundidad, con una bocana que hace 350 m desde la Punta de sa Cala hasta la Punta de sa Torre d’en Bou, donde, además de la torre de vigilancia del siglo XVI que le da nombre, hay un pequeño faro. A medida que penetramos en el interior, los acantilados de unos 20 m que limitan la cala van perdiendo altura y se acercan, hasta que una punta de tierra la divide en dos brazos: el Caló d’en Busquets y el Caló d’en Boira, encatadores puertecitos para lanchas y laúdes.

Raimon nos había hablado de un restaurante junto al mar y como yo le debía una comida a Isabel por haberme vapuleado jugando a las cartas, reservamos una mesa. Pero la cuestión era si yo había estado en Cala Figuera o no. Ella sostenía que me había llevado y yo decía que no. Y tenía razón ella, habíamos estado antes, pero hacía más de veinte años, justo cuando acabábamos de conocernos. Al sentarme en la tarraza del restaurante lo recordé porque creo nos sentamos allí mismo. Era un día nublado y no estuvimos mucho tiempo, y seguro que no recorrimos ninguno de los pequeños calós. Porque si lo hubiésemos hecho, lo recordaría. Y es que ambos constituyen uno de esos lugares que cuando lo has visto una vez, no lo olvidas. Tal es su encanto.

Cerca de Cala Figuera está Cala Santanyí. Es bastante más corta, con un fondo de arena blanca que ha favorecido la aparición de hoteles con todo lo que esto supone: bares, restaurante, hamacas, sombrillas, patines de pedales..., y gente, mucha gente. Puede irse de una cala a la otra andando, pero no lo hicimos; hacía demasiado calor y sobre la Aeroguia del litoral de Mallorca, que me había estado mirando, el recorrido, de unos cuatro kilòmetros, parecía poco atractivo.