Los estrechos del río Ebrón

En mi propósito de corresponder a la amable invitación del amigo Enric con la divulgación de los parajes más interesantes de su querido Rincón de Ademuz, hoy describo la caminata que hicimos por los estrechos del río Ebrón.

El Ebrón baja de la sierra de Albarracín y tras recorrer territorio turolense entra en el Rincón de Ademuz por el término de Castielfabib, lo atraviesa en sentido NO-SE dibujando una estrecha flanja verde de cultivos de huerta y frutales, y a continuación entra en el término de Torrebaja y arroja las aguas al río Turia.

A pesar de que, como he dicho, buena parte del curso del Ebrón es ademucero, precisamente el recorrido que hicimos caminando parte del límite con Aragón y discurre por los municipios turolenses de El Cuervo y Tormón. Y es que en este punto se localiza un tramo de estrechos espectacular, a lo largo del cual el río circula encajado entre paredes de roca verticales de tonalidades rojizas y ofrece rincones de una gran belleza.

El inicio oficial de la ruta es el pueblo de El Cuervo, junto al bar restaurante Los Chorros. Según el folleto que cogí en la oficina de información de Castiefabib, de aquí al pueblo de Tormón, final del recorrido, hay 11,08 km. Pero nosotros continuamos adelante con el coche por la estrecha carretera asfaltada que se ha de seguir al principio con tal de reducir el recorrido algunos kilómetros. Al final de la carretera, que pronto se convierte en una pista de tierra que circula entre el río y huertos, hay una zona de picnic —veo que la llaman el merendero del Pozo de la Olla— desde donde parte el sendero que se interna por los estrechos y que seguimos.

Los álamos y los chopos tienen la hoja amarilla y brindan un espectáculo cromático fantástico que corro a fotografías. El sendero es estrecho y andamos uno tras otro en fila india, yo siempre detrás porque me entretengo con la cámara continuamente. Isabel, Enric y Anna van a su ritmo sin hacerme caso, cosa que les agradezco. Vamos encontrando barandas, escaleras, puentes de madera, pasarelas y palancas que permiten hacer el recorrido con seguridad y sin un gran esfuerzo, al menos inicialmente. Porque tras los primeros seis kilómetros, el sendero empieza a subir con decisión, el valle se ensancha un instante y aparecen algunos bancales. Hemos dejado a Anna y Enric al final del recorrido plácido y umbrío, e Isabel y yo, ávidos de descubrimientos, hemos seguido hasta el puente natural de la Fonseca.

Sin dejar de subir, tenemos que dar un rodeo para salvar un barranco lateral y nos alejamos del río. Después de encontrar un desvío que lleva a Tormón por la montaña y que nos hace dudar, no acercamos de nuevo al Ebrón, que se ha vuelto a encajar. Pero ahora el sendero circula por lo alto y no vemos el fondo del barranco. Una indicación que apunta hacia abajo conduce debajo del puente natural, pero pasamos de largo. Bajar a nivel del río significa que luego tendremos que volver a subir y son casi las dos del mediodía, el sol calienta de los lindo y ya llevamos dos horas de camino.

Seguimos. Y ahora viene cuando un soplo de aire hace volar el gorro de Isabel y lo lanza algunos metros abajo, en el barranco. «¡Ostras, el gorro de Anna!», se lamenta. (Porque, encima, el gorro no es suyo). Y me mira interrogativa. Contrariado, le recrimino llevar el gorro como quien lleva una kipá para no aplastarse el pelo y me descuelgo por la pendiente a recuperarlo. Pero enseguida me doy cuenta de que la pendiente es demasiado pronunciada y que al menor descuido puedo resbalar hacia abajo veta a saber hasta dónde. De modo que me adhiero al terreno como una oruga y estiro el brazo con el palo de caminar hacia el gorro. Me estiro, me estiro…, y finalmente acierto a introducir la punta del palo en el interior del gorro. Haciendo equilibrios con el gorro en la punta del palo como un malabarista de circo repto hacia arriba muy despacio, consciente de que me la juego. «Tu gorro. Y haz el favor de calártelo hasta las orejas», le digo mientras me sacudo el polvo.

Unos diez minutos después del incidente del gorro llegamos al puente natural de la Fonseca. Pero es decepcionante. Como el sendero pasa por encima, el puente no se ve; eso sí, tienes una visión excelente del fondo del barranco en las dos direcciones. Hago un par de fotos y seguimos adelante por el sendero hasta tener una visión del puente alejada. Desde aquí todavía queda una hora para llegar a Tormón. Nosotros, como hemos quedado con Anna y Enric para comer juntos, volvemos atrás. De regreso, estoy tentado a bajar a ver el puente desde el río. Pero ya son las dos y media, nos quedan tres cuartos de hora largos de camino y tenemos hambre.

Nos comemos la ensalada de garbanzos que Isabel se ha empeñado en preparar a las quinientas y regresamos hacia El Cuervo sin prisa, disfrutando de una segunda visión de los estrechos del Ebrón que nos deleita tanto o más que la primera.