Me acuerdo

Recuerdos de mi calle

Recuerdo las losas de piedra de las aceras. Los chicos hacían servir los surcos y los hoyos de las juntas para jugar a canicas. Pero mi madre nunca me dejó bajar a jugar a la calle.

Recuerdo la calle en pendiente y la calzada con los adoquines grises, por donde circulaban carros, bicicletas y triciclos, raramente, algún vehículo a motor.

Recuerdo el sonido estridente de la trompeta de basurero avisando que ya estaba en la calle con el carro. Y lo recuerdo a él:robusto, camisa azul marino y pantalón estrecho de tela gris sujeto con una faja negra enrollada a la cintura; en los pies, alpargatas de cintas, y en cabeza, una boina. Su aspecto rudo me intimidaba.

Recuerdo el caballo con las anteojeras y el morral, quieto en medio de la calle, esperando la orden del amo, y el basurero trepando ágil por los ejes de la rueda con el canasto en la cabeza en sorprendente equilibrio para verter la basura en el interior del carro. ¡Cómo lo admiraba cuando le veía hacer aquella proeza!

Recuerdo las boñigas del caballo, oliváceas y fibrosas, formando cúmulos sobre los adoquines. No sé por qué me fascinaban tanto.

Recuerdo el olor agrio de la vaquería de delante de casa y los dos mosaicos decorativos de la fachada, uno a cada lado de la puerta del establecimiento: a la izquierda, el vaquero, y a la derecha, la vaquera con un delantal blanco y un sobrero, también blanco, del que sobresalien dos pequeñas alas; los dos llevaban zuecos; por detrás, unas vacas pastaban.

Recuerdo al vendedor de cupones, mutilado de guerra, con una pernera del pantalón vacía, recogida y sujeta con un imperdible a la altura de la cadera, y su muleta almohadillada con un taco de goma en la punta. Lo recuerdo en invierno, con los cupones colgados de la solapa de la americana con una pinza, y en verano, en mangas de camisa y lo cupones expuestos en una mesita de tijera.

Recuerdo a los vecinos, los atardeceres de verano, sentados en sillas de anea delante del portal de las casas y a la entrada de las tiendas tomando el fresco y charlando. Mis padres solo bajaban las sillas la noche que regresaban los “caramellaires” y toda la calle era una fiesta.

¡Las "caramelles!”. ¡Qué recuerdo tan vivo y alegre! Precedidos por bandas de música, las “colles de caramellaires” regresaban la noche de la Pascua Granada cantando y haciendo gresca, y desfilaban por debajo de cascadas de chiribitas con las enormes cucharas y tenedores apoyados al hombro como fusiles en un desfile militar. Los vecinos los esperaban en las aceras y aplaudían a los jóvenes cantores vestidos con camisas y pantalones blancos y fajas rojas, la cabeza cubierta con “barretines” y sobreros de paja. Noches frescas y llenas de color que anunciaban la llegada del verano.

Son recuerdos envueltos de un halo de gozosa inocencia que al adquirir conocimiento y madurez se ha ido desvaneciendo hasta quedar tan solo una dulce añoranza.

Aprovecho la ocasión para desearos un feliz año 2022 hoy que justo comienza. A ver si durante su transcurso, los humanos, como colectivo, vamos resolviendo algunos de los problemas que venimos arrastrando de hace tiempo. Aunque no me hago demasiadas ilusiones, al menos el deseo que no falte.