Pequeño hombre, ¿y ahora qué?, de Hans Fallada

La lectura de Solo en Berlín (nota 13-12-2014) y el descubrimiento de la figura de Hans Fallada y su forma personal de pintar la sociedad berlinesa durante el período nazi me han hecho insistir en la exploración de su obra. Esta vez he elegido Pequeño hombre, ¿y ahora qué?, el gran éxito internacional de Fallada y la novela que lo consolida como escritor.

Pequeño hombre, ¿y ahora qué? (Kleiner Mann ― Was nun?) fue escrita el año 1931 y publicada al año siguiente por el editor Ernts Rowohlt, que había confiado en el joven Rudolf Ditzen ―verdadero nombre de Hans Fallada― desde sus inicios literarios en 1920. En la contracubierta de la edición catalana de Edicions de 1984 nos informan que durante el primer año de publicación se hicieron 45 reimpresiones y, posteriormente, fue traducida a más de veinte lenguas. Todo un acontecimiento editorial propio de los best-sellers modernos.

Pero Pequeño hombre, ¿y ahora qué? no tiene nada que ver con lo que nos tienen acostumbrados los best-sellers. De entrada la trama es bastante sencilla, sin ningún elemento de misterio o espantosamente trágico o sentimental. La novela se limita a describir, en el peculiar estilo de Fallada, la vida de una pareja de jóvenes alemanes de clase humilde en la atmosfera enrarecida de la Alemania de los años 30. Durante este período, Alemania sufrió la peor crisis económica de su historia, con un aumento del paro, que se situó en el 40%, y una inflación espantosa. Las causas principales de la situación fueron: por un lado, las duras sanciones que le impusieron los aliados tras la Primera Guerra Mundial y, por otro, la crisis general de 1929, que si bien empieza en los Estados Unidos, rápidamente se propaga a todo el mundo capitalista. En esta Alemania empobrecida, humillada por la derrota, con su tejido industrial paralizado por falta de capitales y con los partidos comunista y nacionalsocialista disputándose el apoyo popular, “chico” ―Johannes Pinneberg― y “corderita” ―Emma Mörschel― se enamoran y se casan. Ambos son muy jóvenes, con pocos recursos y una inocencia que está al borde la de la bobería; pero decididos a luchar firmemente por el hijo que esperan. A partir de aquí su periplo vital tropieza con la realidad de una Alemania miserable, egoísta y sin piedad para aquellos que solo pueden ofrecerle su honradez. Una y otra vez el joven Pinneberg se ve obligado a suplicar trabajo y a soportar humillaciones que lo acaban convirtiendo en una caricatura de sí mismo. Y una y otra vez su “corderita” lo anima y lo recompone con su confianza y abnegación. Pero la pluma de Fallada es implacable a la hora de ofrecer un desenlace optimista a la trama ―la realidad no está para veleidades literarias― y, en un final de un lirismo inesperado ―quizás desesperado―, invoca al amor como única alternativa para soportar la incerteza del futuro.

En Pequeño hombre, ¿y ahora qué? la visión de Fallada de la sociedad alemana no adquiere la dimensión esperpéntica de Solo en Berlín, pero se le acerca mucho. La ironía y el sarcasmo ya están presentes, pero su acritud no llega a los extremos de esa otra novela, publicada en 1947. Teniendo en cuenta que entre ambas se ha producido el triunfo del nacionalsocialismo, con todo lo que esto comportó, y una segunda guerra perdida por Alemania, parece lógico que el acento de Fallada se hiciese más amargo y su pintura más cruel y sangrienta, en consonancia con la crueldad y violencia del momento que describía. No obstante, está claro que ambas obras se inscriben en la corriente estética que se denominó “nueva objetividad” ―Neue Sachlichkeit― y que, en el caso de Fallada, bebe en las fuentes del más puro expresionismo a la hora de dibujar ambientes y personajes.