Por el Pirineo central

Desde hace unos años, por la segunda Pascua, Natxo, Fèlix y yo salimos a caminar tres o cuatro días. Este año hemos ido a la parte central del Pirineo, entre Navarra y Aragón. Nos ha hecho días buenos, pero con fuerte viento, y en algunas ocasiones también hemos encontrado más nieve de la que nos esperábamos. En total han sido cuatro caminatas que nos han permitido admirar las partes altas de los valles de Aspe, Ansó y Rocal, con grandes bosques de pino albar, robles, hayas y abetos, y con extensos prados y praderas, tanto en el fondo de los valles, como en los rellanos y en la parte alta de las montañas, donde pastan los rebaños. Únicamente las crestas y las cumbres más elevadas son dominio de la roca desnuda.

1. Ascensión al Pic d'Anie

La primera caminata ha sido la ascensión al Pic d'Anie (Auñamendi, en euskera) por el lado francés. Extrañamente, la línea de frontera entre España y Francia, que acostumbra a circular por cumbres y collados emblemáticos, en esta ocasión pasa en dirección norte-sur por la falda de la montaña y deja la cumbre en territorio francés. Según los franceses el Anie hace 2.507 m, pero la cartografía de la editorial Alpina solo le otorga 2.499. Metro más metro menos, es la cumbre más alta de este sector del Pirineo y llegar a ella nos costó una buena sudada.

A las 9 h de la mañana dejamos el coche en el refugio de Lebérouat (1.442 m) y tomamos por el GR-10 francés que recorre el Pirineo desde Hendaye hasta Banyuls-sur-Mer. Este primer tramo de camino transcurre en lenta ascensión por el bosque de Lagrave, un hayedo espléndido que se extiende a los pies de los Orgues de Camplong. Abandonamos el hayedo y entramos en el sector de pradera alpina hasta la cabaña de Cap de la Baitch.  Hemos comenzado a pisar los primeros rodales de nieve. Allí donde la nieve ha desaparecido, la pradera forma una alfombra verde brillante, salpicada de flores de colores vivos. Natxo sabe que en la cabaña venden queso de pastor y vamos con la intención de comprar. Pero nos encontramos que está cerrada, sin pastor y sin queso. Seguramente es demasiado pronto para instalarse en ella a pasar el verano. De modo que tenemos que recurrir a la longaniza y a la sobrasada de nuestras mochilas. Son las 10,30 h y estamos a 1.700 m de altitud. Todavía nos quedan por subir 800 metros más.

Después de desayunar, abandonamos el GR-10, que gira hacia el norte, hacia el collado de Azuns, y empezamos a subir en dirección sudoeste hacia el Anie, que vemos en frente nuestro. Cada vez los rodales de nieve son más extensos; pero es pronto y aún está bastante dura, y no nos hundimos en ella. Hace sol y un viento del sur intenso y constante que nos fastidia lo suyo. Poco a poco vamos ascendiendo hasta llegar a la base de la cumbre, que flanqueamos por la derecha para atacarla por detrás. Natxo abre camino por una gran pendiente nevada y mientras le sigo los pasos ayudándome de los dos bastones para mantener el equilibrio me pregunto qué diantre nos empuja a hacer aquel esfuerzo agotador. ¿Se trata de un reto personal? ¿De una pasión incontrolable? ¿Es un afán de llegar adonde pocos llegan? La verdad es que en mi caso no sé qué responder. Natxo y Fèlix son unos apasionados de la montaña, yo no. Tampoco creo que sea un reto.

Y la prueba está en que a 130 metros de la cumbre, harto del viento y de trepar por la roca, me planto en un rellano y les digo que ya tengo bastante, que no se me perdido nada allí arriba. No se lo pueden creer. ¿No llegarás a la cumbre? No, no llegaré, ciento treinta metros más arriba veré lo mismo que desde aquí. Ellos, evidentemente, siguen; el prurito del montañero es llegar a la cima de la montaña. ¿Dónde se ha visto quedarse a 130 metros de la coronación tras haber subido más de 900? Pero no me convencen. Hago algunas fotografías, me cobijo tras una roca y me pongo a masticar galletas para matar la espera. Y mientras espero, medito la respuesta a la pregunta. Creo que lo que me empuja a caminar por estos vericuetos es descubrir, encontrar parajes nuevos donde la disposición armoniosa de sus elementos me provoque una sensación grata, una emoción intensa, una admiración por aquello que contemplo comparable a la que pueda experimentar ante una obra de arte humana. En la naturaleza son las leyes geodinámicas y biológicas los grandes artífices de la obra, a menudo modificada por la intervención humana. Pero no necesariamente en detrimento de los resultados. He visto paisajes humanizados de una belleza impresionante. Y sé que si no me muevo, me perderé a la posibilidad del descubrimiento. Las montañas no vendrán a mí, ni los hayedos, ni los valles moteados de casas y cultivos, ni los cielos azules, adornados con toda la tipología de nubes que en algún momento me aprendí. Creo que por esto estoy aquí, encogido tras una peña, con el viento silbando a mi alrededor como un dios furioso, esperando que Fèlix y Natxo bajen se su cima inhóspita y volvamos hacia la placidez del valle. Y la verdad es que a pesar del cansancio, el viento fastidioso y no haber hecho cumbre, estoy satisfecho de haber realizado el esfuerzo de subir hasta aquí y ver lo que he visto. 

De regreso nos detenemos a comer en la cabaña de Cap de la Baitch y descansamos un rato. Es la una del mediodía. Hacia las dos reemprendemos el camino. Ahora, con mucha más calma, me dedico a fotografiar algunas especies en floración de la pradera alpina; el narciso de montaña (Narcissus pseudonarcissus), la genciana alpina (Gentiana alpina), la genciana de primavera (Genciana verna), la flor de San Pallari (Trollius europaeus), que puntea la hierba con su amarillo brillante, la orquis mascula, una pequeña orquídea propia de les nuestras latitudes. También fotografío algunas especies que no conozco con la esperanza de poderlas clasificar.

De camino hacia Sainte-Engrâce, donde acabaremos la jornada, nos detenemos en Lescun, que ostenta la capitalidad del valle de Aspe, por la cabecera del cual hemos transitado.