Reflexiones

Una reflexión navideña

En estos días que han precedido las fiestas de Navidad he ido a Sevilla y a Cádiz. El año pasado fui a Córdova. Son viajes relámpago de cuatro o cinco días a los que me empuja Isabel. Pero he de admitir que, vencida la pereza inicial y la plácida inercia de las rutinas, cuando me encuentro inmerso en el viaje disfruto del descubrimiento que significa viajar y me doy cuenta de que todavía mantengo viva la avidez por el hallazgo, tan propia de la juventud. Durante cuatro o cinco días me entrego a la exploración de espacios nuevos y, cargado con la cámara, me sorprendo y me maravillo ante edificios, plazas, calles y costumbres. Es una sensación placentera que me alimenta y me enriquece.

¿Por qué se produce esta sensación?, me estuve preguntando durante el vuelo de regreso.

Y la respuesta fue que lo que siento no tiene nada de extraordinario y que simplemente se trata del ansia exploradora que nos caracteriza como a humanos. Ese afán de conocimiento que nos ha lanzado a recorrer todos los caminos hasta construir el mapa completo del planeta y que nos empuja más allá, hacia el espacio infinito. Y, evidentemente, también es lo que nos construye como individuos desde la nada del nacimiento hasta la nada de la desaparición.

Estoy convencido de que mantener viva la inquietud exploradora, la curiosidad por lo que nos rodea y la capacidad de admiración y sorpresa es lo que nos permite seguir madurando a lo largo de todo el proceso vital. Y tengo la sensación de que conservar vivo este afán es el secreto de la eterna juventud. Contra el envejecimiento del cuerpo no se puede hacer nada o muy poco, pero contra el envejecimiento del espíritu se puede luchar procurando mantener la mente abierta y el ánimo combativo, sobreponiéndose a la sensación de fastidio que comporta asistir a una evolución de la civilización más que cuestionable y a un comportamiento humano todavía demasiado marcado por el instinto más primario.

Pero no quiero ser pesimista respecto al futuro. Estos días no toca. Y me concentraré en los signos de mejora que se perciben en todas partes, voces valientes, a menudo silenciadas por la fuerza, que proclaman unos valores humanos que van más allá de la bestia, movimientos solidarios y de rebeldía, gritos que cuestionan una forma de hacer las cosas interesada que pide cambios y reformas. Son las voces que tenemos que escuchar en medio del gran guirigay del progreso tecnológico y las que nos han de confortar en el compromiso de honestidad y generosidad con nuestros contemporáneos y las generaciones futuras.