Reflexiones

Sobre el afecto

El otoño pasado Elisabet Mabres (nota 13/05/2015) me propuso que colaborásemos en un proyecto foto-literario junto con otra fotógrafa, Sònia Troncoso. Nos reunimos en su casa y empezamos a debatir el carácter del proyecto en función de las filias de cada uno. Se decidió por mayoría que lo protagonizarían mujeres ―ellas eran dos y yo uno. También se decidió que debía moverse en el ámbito de los sentimientos ―pensé que era un terreno bastante difícil para ser tratado en imágenes, pero también lo acepté. Si querían complicarse la vida, allá ellas. Y finalmente se concretó que se ceñiría a la relación con la pareja en un sentido amplio, no estrictamente sexual.

Al salir de la reunión fui a casa y escribí un texto sobre el afecto y su trascendencia en nuestra vida con la intención de trazar las primeras líneas de un proyecto que propuse titular AFECTECIONS /AFFECTIONS. (Sin ninguna alteración, la palabra inglesa affections tiene el doble significado de afecto y afectación que quería poner de manifiesto al cambiar la “a” de afectacions por una “e” y vincular de este modo el significado de afectació ―alteración― a una consecuencia del afecto.)

Mis compañeras me agradecieron el texto y el entusiasmo que mostraba. Pero al cabo de unos meses, cuando las suponía entregadas a la búsqueda de sus protagonistas femeninas y a una estimulante creatividad fotográfica, supe que el proyecto había abortado por discrepancias en el enfoque. De modo que de aquel proyecto solo ha quedado el embrión de mi texto, que dice así:

Somos nuestros afectos: los afectos nos conciben, los afectos nos conforman, los afectos nos completan. Y cuando nos faltan, nos confunden y nos deshacen en dolor.

Desde el momento de nuestra concepción vivimos bajo el designio de los afectos. Los afectos son los reguladores de nuestras vidas, de ellos depende nuestro grado de felicidad.

A partir de nuestro nacimiento el afecto se convierte en el factor determinante de lo que seremos y marca nuestra relación con quienes nos rodean; primero, con la madre; luego, con el padre y los parientes; y se van añadiendo compañeros y amigos; y finalmente, la pareja o las parejas sucesivas ―aunque hay quien las acumula y superpone.

Con la pareja los afectos adquieren el papel más relevante y se convierten en el motivo y motor de nuestra vida. El enamoramiento es un trastorno intenso y profundo de nuestro yo, que lo transforma y completa; es una entrega y, a la vez, una dependencia; generosidad y egoísmo en el acto que amar y ser amado.

Quien es amado es rico y venturoso. Pero aún lo es más quien es capaz de amar y ama. Porque amar completa y enriquece, humaniza en el significado más positivo de término y dota a la vida de un sentido indestructible y de una fuente de energía inagotable. Amar es una necesidad para llegar a alcanzar la anhelada serenidad, la plenitud vital, la felicidad deseada. Y no hace falta reducir el objeto de amor a algo único y concreto ―la pareja, el hijo, el trabajo, el perro, el amigo… (Dios, Buda o Nyarlathotep forman parte de otra dimensión); cuanto más amplio sea el abanico de nuestro afecto más garantizada tenemos la satisfacción de ser.

Amar es una actitud del alma, y en su proceso de maduración se desplaza de dentro hacia afuera. Desde el Yo superlativo del niño hasta el amor universal del místico todos hacemos nuestro camino, y llegamos adonde llegamos. Y en este recorrido afectivo todos somos víctimas y verdugos alguna vez.