Reflexiones

¿Por qué ha ganado Trump?

Esta es la pregunta que en los últimos días se oye en todos los debates televisivos y que intentan contestar los corresponsales en los Estados Unidos de periódicos y cadenas de televisión. Yo no soy un analista político y por tanto la respuesta que le doy es más una percepción que el resultado de un análisis serio. Y esta percepción me dice que la elección de Donald Trump es el resultado de una deriva que nos aleja cada vez más del Humanismo en este mundo neocapitalista, de frenético consumo tecnológico, en el que cuenta más la mentira estentórea que la exposición de la verdad.

El triunfo de Trump es el triunfo de actitudes y valores que significan una regresión sobre lo que creo que debe ser el objetivo del ser humano, que es ejercer su capacida de razonar a fin de mejorar y asegurar la continuidad de la especie, controlando la bestia y tratando de vivir en armonía con el planeta que habitamos. A eso llamo tender hacia el Humanismo. Quizás es una utopía, per la necesito; me ayuda a vivir con esperanza, a confiar en los demás y a complacerme con todo aquello que tiende hacia esa dirección. Por esto, cuando se producen hechos como la elección de Trump, más que sorpresa ―la historia me ha enseñado a no sorprenderme de nada de lo que somos capaces de hacer, bueno o malo―, lo que experimento es decepción.

El triunfo de Donald Trump en el liderazgo de los Estados Unidos, la nación que pasa por ser la más poderosa del mundo y que ha marcado un estilo de vida, significa el triunfo del individualismo ciego frente a la solidaridad, del egoísmo sobre la generosidad, de la agresividad excluyente frente a la tolerancia pacífica, del racismo, de la homofobia, del machismo, del show bussines ante la reflexión inteligente, de la megalomanía egocéntrica, del éxito económico como principal objetivo personal y sinónimo de felicidad, de la vanidad, de la fanfarronería, de la estupidez, del desarrollo suicida, de la despreocupación sobre el futuro del planeta que nos sustenta, de la violencia como vía de relación social, garantizada a través de la Asociación Nacional del Rifle y del Ku-Klux-Klan, de la intolerancia y el autoritarismo, del cinismo prepotente…

Podría seguir con la retahíla de despropósitos pero no vale la pena. Lo podemos resumir diciendo que es un paso más hacia atrás, una batalla perdida en esta guerra que se libra entre los que pensamos en el futuro y los que piensan en ellos mismos; entre los que apostamos por la continuidad de la vida y los que creen que toda vida se acaba cuando se acaba la suya; entre los que no necesitamos dioses porque hemos situado la esperanza en el ser humano y en su capacidad de convivir en libertad y pacíficamente, y los que, creyendo en dioses, explotan y exterminan a sus congéneres sin contemplaciones; entre los que procuramos extender nuestro amor a todo lo que nos rodea, y los que tan solo se aman a sí mismos.

Para no caer en un desánimo estéril, terminaré con las palabras con que Antoine Saint-Exúpery pone punto final a Piloto de guerra ―obra en donde expone sus reflexiones al regresar de una misión aérea arriesgada e inútil, porque los alemanes ya han derrotado al ejército francés y avanzan sin a penas resistencia hacia París. Dicen:

Mañana tampoco diremos nada. Mañana, para los testimonios, seremos unos vencidos. Los vencidos han de callar. Como las semillas.

Desgraciadamente, Saint-Exúpery murió dos años después de haber escrito esto en una misión de observación rutinaria y no pudo ver cómo, en efecto, la semilla del Humanismo, del que era un gran defensor, germinó, y la causa de la libertad, por la que dio su vida, triunfó frente al totalitarismo nazi. Seguramente hoy, ante la victoria de Donald Trump en las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, también se sentiría decepcionado.