Reflexiones

Resistir con esperanza

El rey ha abierto la puerta de la perrera y ha soltado a los perros contra el nacionalismo catalán. Era de prever. Está en juego la mejor parte del pastel territorial que lo alimenta a él y a su corte. Los catalanes nacionalistas, pues, tendremos que prepararnos para seguir recibiendo ataques de los órganos judiciales y, cuando salgamos a la calle, de la policía nacional, la Guardia Civil e, incluso, el ejército. Pero se tendrá que salir, y se tendrá que resistir, porque en la resistencia a la estrategia de la descalificación y la represión violenta radicará la victoria.

El año 1936, cuando se produjo el golpe de estado contra la Segunda República española, había en Europa una corriente fascista pujante que amparó a los golpistas y que les dio soporte y ayuda bélica para ganar la guerra. En Europa, el fascismo perdió tras provocar una guerra mundial y su ideario quedó desacreditado, silenciado y perseguido. Pero en España había ganado, y tuvo tiempo de enraizar profundamente en la consciencia de la clase poderosa y en la subconsciencia del pueblo llano. La derrota del fascismo en Europa y las nuevas corrientes democráticas hicieron necesario un nuevo rostro, per el reflejo por la actuación prepotente y desafiante contra cualquier disidencia quedó.

La transición la hicieron los que ganaron la guerra, los que la perdieron y las generaciones que crecieron bajo el paraguas de la dictadura franquista. Una mala herencia. Nuestra democracia está impregnada de demócratas de baja calidad, poco convencidos de la necesidad del diálogo para resolver las tensiones políticas y con una tendencia incontrolable hacia la imposición por la fuerza. Fueron muchos años de “ordeno y mando”.

La normalización democrática del estado español aún está lejos de producirse y ahora se está viendo. El partido que ostenta el gobierno del Estado en España desde hace años es un partido que actúa con los tics propios del fascismo: tergiversa la verdad, demoniza al oponente, conspira en la sombra, ignora el clamor de la ciudadanía, que quiere estúpida y silenciosa, y, si con todo esto no tiene bastante, recurre a la violencia —jurídica y policial— para imponer su ley. El talante autoritario es el que lo entroniza en el poder y es el que una parte del pueblo español, secuestrado durante cuarenta años por el pensamiento único del franquismo y la propaganda, vota mayoritariamente.

Ahora Catalunya se levanta contra el papel que tiene asignado en este Estado español, liderado por partidos de bajo perfil democrático y que llegan al poder precisamente por eso. El desafío es inmenso, porque detrás de este Estado hay mucha gente que lo sustenta, imbuida de un principio de inviolabilidad territorial que poco o nada tiene que ver con la democracia moderna. En realidad, lo que está intentando hacer el nacionalismo catalán es una transición de verdad; está intentando acabar con las secuelas del españolismo trasnochado del franquismo —España una, grande y libre— y con el sentimiento de propiedad, casi feudal, que del territorio catalán y de los catalanes tiene el Estado y buena parte de los españoles.

Y para acabar con esto solo contamos con nuestra fe en la libertad de los pueblos y nuestro compromiso con la supremacía de la voluntad popular, pacífica y democráticamente manifestada en las urnas. Es poco, pero son valores tan sólidos y universales que vale la pena que los defendamos con tenacidad ante los bárbaros embates del Estado español. Es preciso resistir, por coherencia, por dignidad, por un futuro mejor, más civilizado y en paz. El mundo entero nos está mirando y no puede permitir nuestra derrota sin mediación, porque sería la derrota de la democracia futura y su modelo de convivencia pacífica y en libertad.

Al menos esta es mi esperanza.