Reflexiones

Sobre catalanes y españoles

Hablar de desencuentro entre Catalunya y España a estas alturas no es ninguna novedad, sino una evidencia lamentable, que el partido del PP azuza e inflama llevado por el rendimiento político que tiene vapulear a los nacionalistas catalanes y su idiosincrasia. Pero creo que también hay otro factor más profundo, que enraíza en el inconsciente colectivo de estos dos pueblos y que los construye con valores muy distintos. Y para ilustrarlo me remitiré a hacer un breve análisis de las dos manifestaciones folklóricas más celebradas entre los unos y los otros.

En Catalunya, la manifestación popular más emblemática es, desde hace unos años, la fiesta castellera. Las colles —grupos— de castellers se han extendido por la mayor parte del territorio y sus actuaciones son seguidas por miles de asistentes y telespectadores. La afición castellera incluso ha traspasado las fronteras del Principado y hay colles en las Illes Balears, en el País Valencià y en el sur de Francia.

En España, la fiesta nacional por excelencia son las corridas de toros, el arte del toreo, como también lo llaman. No hace falta explicar en qué consisten ambas fiestas ni remontarnos a sus orígenes, sino observarlas con detenimiento para percibir las discrepancias de valores que representan.

Los castells son una obra colectiva protagonizada por gente del pueblo diversa a fin de lograr un objetivo común: construir una torre humana. Es una actividad que se basa en la importancia del grupo y que minimiza la acción individual. Sin la aportación de todos los castellers, jóvenes y mayores, el castillo no es posible y el espectáculo no existe. El castillo es una conjugación de fuerza y valor, agilidad y método. Pero no es necesario que todas estas aptitudes las posea un solo individuo, son aptitudes que se suman y que aportan cada uno de los miembros de la colla. Un miedica, una persona con vértigo, un debilucho, un cojo, todos pueden formar parte del grupo, cada uno en su papel, y pueden disfrutar del logro. El castillo es integrador, sin héroes individuales; es una gesta de grupo, de un grupo heterogéneo de hombres y mujeres, mayores y jóvenes, que se encuentran y trabajan con el objetivo de alcanzar una meta que solos no alcanzarían. La solidaridad es lo que cohesiona a los castellers y los hermana y los conduce amigablemente hacia su objetivo.

En los toros el reparto de papeles es muy distinto. El toreo es un acto individual, en el que participan un hombre y una bestia con el objetivo de establecer un vencedor. El hombre haciendo gala de su astucia y habilidad; la bestia, de su fuerza y bravura. El engaño es el arma del torero, que repetidamente hace envestir al toro allá donde no hay nada hasta cansarlo y debilitarlo. Y aunque el duelo no acabe con la muerte de ninguno de los dos, de lo que disfruta el público es de la humillación que el hombre infringe a la bestia. Se trata, pues, de un espectáculo en cuya base está la exaltación de la superioridad, en afán de dominio, la voluntad de subyugación, que normalmente en las plazas españolas termina con la ejecución del vencido: el toro.

En Catalunya, las corridas de toros no gustan, y no creo que sea únicamente por una cuestión de maltrato de los animales —que también—, sino por todo lo que simbolizan y que no encaja con la manera de ser del catalán. La fanfarronería intrínseca de la gesticulación del torero, el ensalzamiento de su figura con oro y plata, el engaño como arma para vencer la fuerza ingenua del animal, el hecho de pavonearse del triunfo ante el público como parte del ritual, la aclamación del héroe, que a menudo comporta premiarlo con la mutilación del cadáver de la víctima, el carácter profundamente machista que se esconde tras el espectáculo y el mundo que lo rodea, en el que la mujer desempeña un papel pasivo, que se hace visible solo cuando el torero le brinda la muerte del toro como una muestra de galanteo primitiva y salvaje, todos estos son aspectos del espectáculo de los toros que la mayoría de catalanes no puede comprender ni admirar porque se alejan de sus valores más sólidos, construidos sobre la humildad, la solidaridad y el respeto mutuo.

Naturalmente, lo expuesto es un análisis generalizador que no pretende convertirse en universal. Las personas poseen valores individuales diferenciadores que las significan y que les permiten traspasar límites culturales y territoriales. La realidad nos muestra estrechos lazos de afecto y amistad entre españoles y catalanes  —estoy convencido de ello porqué yo los tengo. Con esta reflexión solo intento entender por qué existe también tanta incomprensión entre nosotros. 

(Fotos bajadas de Internet)