Reflexiones

Hablar de lo que no se tiene que hablar

Hace aproximadamente dos meses hice una nota sobre una disputa de pareja (22/03/2019). Naturalmente, en una disputa de pareja las personas implicadas son dos, y en mis reflexiones, que considero genéricas, quizás no fui lo bastante considerado con el derecho a la intimidad de mi pareja. Si es así, lo lamento y le pido disculpas. Pero mi intención al reflexionar sobre el hecho no era exponer públicamente los conflictos de una relación, sino hablar de algo, por desgracia, tan frecuente en las parejas como son las discusiones, a veces por motivos insignificantes, y que siempre resultan dolorosas —al menos a mí me lo resultan.

He aprendido a lo largo de los setenta años que ya llevo a la espalda (calculo que unos cincuenta y cinco con uso de razón y capacidad —que no poder— de decisión), que hablar sobre aquello que te hace sufrir ayuda a soportar el dolor, porque te distancia de él y te hace reflexionar sobre el hecho, sus causas y sus consecuencias. Y la escritura no es nada más que un diálogo contigo mismo y con los que te leen, una reflexión hecha en voz alta, que permite escuchar otras voces si el lector quiere aportar respuestas fruto de su propia experiencia. Como fue en este caso a favor y en contra de la nota.  

Esto me ha permitido constatar que hay personas que tienen la idea que si no se habla de ellos, los problemas no existen, y si no hay problemas todo es concordia y harmonía. Personalmente opino que esto es lo que vulgarmente se dice “esconder la cabeza bajo el ala” para no ver lo que no se quiere ver y que, en casos extremos, una actitud como ésta llena las consultas de los psicólogos, psiquiatras y otros terapeutas del alma.

También hay personas que tienen la idea que “los trapos sucios hay que lavarlos en casa” y que no hace falta hacer transcender aquello que da una imagen de conflicto en la pareja y, por tanto, de fracaso dentro de su entorno social. Ciertamente, a nadie le importa cómo se desarrolla la vida de una pareja, pero el hecho de que no importe a terceros, no la ha de convertir en materia tabú para ninguno de sus miembros. Cada uno de ellos es libre de establecer sus tabús, pero personalmente soy partidario de cuantos menos mejor. Alrededor de los tabús una persona teje una red de límites y prohibiciones que la puede acabar ahogando. Los tabús de una sociedad indican los límites de su libertad y su nivel de salud. Igualmente en una persona, cuantos más tabús tiene, más conflictos se le plantean en su relación con el entorno.

Creo que lo más sano para el espíritu es poder hablar de todo, hasta de aquello de lo que no se acostumbra a hablar, porque hablando de ello tienes la posibilidad de descubrir dónde está el error, el tuyo y el del otro, y, por un lado, intentar corregir, y por el otro, aprender a tolerar. Ésta es la palabra clave para toda convivencia, de pareja o no: tolerar. Aceptar al otro en todas sus capacidades y carencias con paciencia, pero sin claudicación. La tolerancia tiene un límite: el de la propia dignidad. Y esto es lo que tienes que aprender al convivir: saber situar tu límite y percibir el del otro para no traspasarlo.

Resumiendo, todo este discurso en torno a las relaciones humanas, ya sean de pareja, de familia, de amistad o de trabajo se reduce, como dice mi amigo Joan, a “paciencia, mucha paciencia”. Reclamo la parte que me corresponde para mis errores.