Reflexiones

No hay nada que me enternezca más que contemplar fotos de mi hijo de pequeño y tener entre las manos su osito de peluche azul, que guardo como una reliquia. Me enternece y a la vez me entristece porque tengo la sensación que me dejé escapar buena parte de su infancia. Entonces trabajaba de freelance en el sector del audiovisual y me preocupaba el trabajo, lo consideraba una prioridad. Tenía que demostrar al mundo y a mí mismo que era un individuo válido y dedicaba mucho tiempo y esfuerzos en obtener prestigio en mi ámbito laboral. Y en esta lucha vana creo que me perdí muchas cosas.

Ahora veo a mi hijo ya adulto y con hijos él mismo y no puedo evitar evocar el niño que fue cuando lo miro. Sé que ya tiene más de cuarenta años, que se gana la vida, que vive feliz con su familia, pero yo siempre lo veo pequeño y vulnerable y me preocupa su bienestar. Y creo que no soy el único en sentirlo así, que se trata de un sentimiento universal ligado a la razón última por la que existimos: reproducirnos y velar por la buena salud de nuestras crías. Me ha costado llegar a desnudar la existencia de todos sus artificios y entenderla desde la fenomenología de la naturaleza como un tiempo de subsistencia para la reproducción. Estamos aquí para contribuir con un eslabón más a la gran cadena de la vida humana. Nuestra función esencial es dar vida a seres de nuestra misma especie y para eso están programados nuestros afectos y emociones. Hemos llegado a ser la única especie animal capaz de controlar las consecuencias de la copulación, pero esto no quiere decir que no tengamos el programa reproductor impregnando cada una de nuestras células. Estamos empapados de vida.

Después de ser hijo y padre me doy cuenta de que el amor hacia los hijos no tiene el mismo grado de retorno. Y es comprensible. Porque el hijo tiene como objetivo convertirse en adulto, alejarse de los padres, reproducirse y proyectar este amor protector y permanente hacia sus propios hijos. Su atención y energía están centrados en hacer prosperar la generación futura. Los padres forman parte de la pasada, la cual, cumplido el objetivo, se encamina en solitario hacia la desaparición. Y si alguna tarea les queda por hacer y por la que aún se los considera, es la de cooperar en la atención y educación de la nueva camada, que denominamos nietos.

Los seres humanos están en la cúpula de un recorrido que arranca con la materia protoplasmática y su evolución biológica. La complejidad inescrutable de nuestro organismo crea individuos singulares, personas que vivimos atrapadas por el yo y nos perdemos en el laberinto de la realización personal, personas que hemos construido una organización social que regula nuestras relaciones y un corpus de creencias y valores que nos ampara y protege de la nada. Pero en realidad todo es tan simple que estremece.