Reflexiones

Estos días de confinamiento las redes sociales echan humo. Encerrados como estamos en casa, es la forma que tenemos de hacernos visibles al mundo. A pesar de que tengo “perfil” en las tres grandes —Facebook, Twitter i Whatsapp— no soy un gran seguidor de ellas y mi presencia es muy puntual, un latido lento, como corresponde al corazón de alguien de mi edad, para indicar a amigos y seguidores que todavía sigo vivo. En Twitter incluso deben de pensar que ya he fallecido, porque no participo desde hace mucho tiempo de su guirigay ensordecedor.

La semana pasada me sugirieron que me incorporase a Instagram, que en estos momentos es la que tira más, y lo he hecho. Tan solo llevo en ella cuatro días, pero me gusta. Esto de colgar una foto que puedo ilustrar con un texto, me estimula; conjuga las dos actividades que me han ocupado más en los últimos treinta años: la fotografía y la escritura.

De fotografiar aprendí de mi padre y mirando libros de pintura y fotografía. Recuerdo las tardes de domingo que pasábamos encerrados en un laboratorio improvisado en la cocina de casa y la hilera de fotografías pinzadas en las cuerdas de tender la ropa, secándose. Más tarde compró una esmaltadora y las secábamos, bien escurridas, sobre unas planchas metálicas calentadas por una resistencia. Eran fotos en blanco y negro, que en parte están reunidas en álbumes familiares. Aunque la mayoría mi madre las tiró cuando murió mi padre porque no sabía qué hacer con ellas. Es lo que suele pasar con las más íntimas pertenencias de los difuntos, desaparecen con ellos.

De escribir aprendí solo, leyendo. Leía y leía sin pausa cualquier cosa. En casa no eran gente de cultura elevada y mis lecturas fueron desordenadas y poco formativas hasta que llegué a la adolescencia y empecé a estudiar literatura en el instituto. Hasta entonces leía tebeos, novelas de quiosco y adaptaciones de clásicos de la Colección Juvenil Cadete. Aún tardé en acceder a la buena literatura, y lo hice a través del descubrimiento de Pío Baroja en las ediciones del Círculo de Lectores. Al llegar a la Facultad de Letras mi progresión se aceleró y durante los dos cursos de Filología Hispánica que hice me introduje definitivamente en la gran novelística y pasé a conocer la obra de autores destacados clásicos y contemporáneos. A partir de aquí mi actividad lectora se ha regido por intereses puntuales, recomendaciones, reseñas en publicaciones y la intuición.

Pero volviendo a las redes sociales. ¿Por qué tienen tanto éxito? El análisis ya está hecho y no descubriré nada si apunto hacia la soledad acompañada en la vivimos todos y en la necesidad del reconocimiento del otro. Las redes sociales te permiten compartir algo que te gusta o te disgusta y recibir respuestas de conocidos y desconocidos que han oído tu voz. Esto reafirma tu identidad, y a los que eso no les hace falta porque ya la tienen bastante sólida, les alaga la vanidad. De modo que todos, anónimos y famosos, humildes y poderoso, sencillos y sofisticados, todos sin excepción encontramos satisfacción en formar parte de una red social y le dedicamos parte de nuestro tiempo, más o menos en función del grado de necesidad.