Sant Llorenç del Munt

En lo que va de año he ido tres veces a Sant Llorenç del Munt y he subido a la Mola, y aún me he comprometido a volver con un amigo que me dijo que no había estado nunca. «¿Es posible que no hayas estado nunca?», exclamé realmente sorprendido. ¿Por qué la sorpresa? Pues porque Sant Llorenç del Munt es un destino común entre barceloneses y vallesanos, casi tan inevitable como Montserrat, con el guarda parentesco genético.

Tanto las montañas de Sant Llorenç del Munt como las de Montserrat, como la sierra que las separa —la Serra de l’Obac—, forman parte de un cordón de conglomerados que se formó cuando aquel espacio era un gran golfo marino al que los ríos que bajaban de un desaparecido macizo catalano-balear y de un incipiente Pirineo vertían los materiales que llevaban. Hablo de millones de años atrás y de un proceso largo y lento, como la mayoría de los procesos geológicos. Cuando la orogenia alpina se detuvo, con los Pirineos construidos y el mar ya retirado, los cursos de agua siguieron haciendo su trabajo de erosionar los materiales que se habían acumulado al sur de la cordillera, dejando al descubierto y aislando grandes paquetes de rocas sedimentarias duras, en nuestro caso conglomerados, esta roca que nos recuerda el turrón de Alicante, en la que las almendras son cantos rodados de procedencia lejana y la masa que los liga, a base de miel, clara de huevo y azúcar en el turrón, aquí es un cemento de carbonato cálcico muy resistente, que el agua, poco a poco, va deshaciendo a partir de grietas y fisuras. De ahí este relieve tubular tan característico.

El macizo de Sant Llorenç del Munt no tiene la espectacularidad que tiene el de Montserrat; en general es de formas más redondeadas y no alcanza sus dimensiones, pero tiene todo el atractivo de este tipo de relieve áspero y salvaje, poco apto para los asentamientos humanos. Por esto, como Montserrat, fue un paraje elegido por aquellos que buscaban aislamiento y serenidad, y alrededor del que se han tejido numerosas historias y leyendas.

El punto culminante de Sant Llorenç del Munt es la Mola (1.107 m); desde allí se divisa un panorama espléndido, presidido, al norte, por el despliegue del Pirineo catalán y la Serra del Cadí; más cercanos se ven, al oeste, la Serra de l’Obac y Montserrat, y al este y al sur, el Montseny, la depresión del Vallès y las sierras litorales desde el Montnegre hasta el Garraf, el Ordal y más allá. Vale la pena subir solo para admirar todo esto.

Pero cuando estás allá arriba, tras una ascensión que te ha hecho sudar, puedes tener la recompensa de comerte unas costillas de cordero o una butifarra amb mongetes, regadas con un porrón de vino, en la hostería del monasterio que corona la cima. Con el atractivo añadido que tanto las viandas como el vino han llegado hasta allí a lomos de mulas, en cuatro o cinco viajes semanales.

Del monasterio benedictino de Sant Llorenç del Munt ya se tiene noticia en el año 957. La iglesia románica, del siglo XI, el atrio que tiene adosado y el campanario inacabado son todo lo que queda del antiguo cenobio, ya que la hostería se levanta sobre los cimientos de las demás dependencias monacales.

Hay una infinidad de recorridos que suben a la Mola, pero uno de los más atractivos y fáciles es el antiguo Camí dels Mojos, que unía el monasterio de Sant Llorenç del Munt con el de Sant Cugat del Vallès, del que dependió en algún momento. El camino, señalizado como PR-31, lo puedes iniciar en Matadepera; desde el aparcamiento que hay en lo alto de la zona urbanizada hasta la Mola no debe de haber más de tres cuartos de hora y, salvo dos cortos pasos angostos, la subida es suave, con trechos del camino que aún conservan el empedrado original. El desnivel no alcanza los 400 metros.

Un recorrido algo más largo, pero más llano, es el que parte del Coll d’Estenalles (873 m) y va siguiendo una línea de cumbre, denominada Carena del Pagès. El tramo más empinado es al final, cuando hay que ganar el lomo de la Mola. Los dos caminos ofrecen panoramas diferentes, ya que el Camí dels Monjos asciende por el sur, desde el llano del Vallès, y este otro lo hace por el norte, adentrados ya en los relieves y las tierras altas que nos separan de la comarca del Bages.

Además de estos dos caminos tradicionales, una infinidad de senderos recorren la montaña y ascienden a la Mola por canales y líneas de cumbre secundarias. Los fines de semana el paraje está lleno de caminantes y ciclistas, por eso recomiendo que quien pueda vaya entre semana. Y que no sufra, la hostería abre cada día.